MIS COSAS DE JACA

Estas páginas van destinadas a todas aquellas personas que quieren a su ciudad, como me sucede a mí con la mía, Jaca. Hablaré, pues, de “mis cosas” esperando que alguna de ellas pueda ser también la tuya o, sencillamente, compartas mi afición por “colarme” entre el pequeño hueco que separa la memoria de la historia, lo general de lo particular o lo material de lo inmaterial. Estas “cosas de Jaca” están construidas a base de anécdotas , fotos de ayer y hoy, recuerdos y vivencias mías y de mis paisanos y de alguna que otra curiosidad, que me atrevo a reflexionar en voz alta. No es mi propósito, pues, ocuparme de los grandes temas de los que ya han tratado ilustres autores, es más bien lo contrario: quiero hacer referencia a rincones ocultos, héroes anónimos, huellas olvidadas, sendas por las que ya no se pasa, lugares que fueron un día centro de atención y hoy han sido relegados a la indiferencia, al olvido o al abandono; a unos escenarios donde se sigue representando la misma obra pero con otros actores.

viernes, 22 de septiembre de 2023

AGUSTÍN EL SACRISTÁN Y EL CAMBIO DEL PAÑO BLANCO EN EL CAMPANARIO DE LA CATEDRAL DE JACA



AGUSTÍN EL SACRISTÁN Y EL CAMBIO DEL PAÑO BLANCO EN EL CAMPANARIO DE LA CATEDRAL DE JACA 



Además de piso con magníficas vistas, cobraba 6 pesetas al día más derechos de arancel y propinas. Sueldo que, aunque "no era para tener un Haiga” (1), le daba para ir viviendo y tañendo. Bajo de talla, gordete, calvo, con gafas, sonrisa nerviosa y con rigurosa “casulla” blanca y sotana negra, era fácil verlo en el interior de la Catedral en un constante deambular entre la sacristía de Santa Orosia y la del altar mayor. Ese fue Agustín, Macero en el Cabildo catedralicio en el año 1921 y, desde 1932, Sacristán Mayor de la Catedral. Lo conocí bien, pues con él y José M.ª Pérez, el otro monaguillo, hacíamos reparto proporcionado de las propinas que nos daban en las bodas, bautizos y entierros que se celebraban en la Catedral en los años en que fui monaguillo, allá por el 1963/64. ¿Quién le iba a decir a Agustín que sus esposa, a la que él enseñó el oficio, Concha “la Campanera”, llegaría a ser “Reina por un día” en aquel famoso programa de TVE en el año 1965.




Por casualidad ha caído en mis manos una entrevista que al bueno de Agustín le hicieron nada menos que hace 74 años, en 1949. Me he quedado sorprendido de que su oficio y persona despertaran el interés del director del periodico local AYER y HOY. Pero más, si cabe, me ha llamado la atención, no solo la longevidad que tuvo en el cargo de Sacristán, sino también los detalles sobre cómo se hacía la colocación del paño blanco en la Catedral el día 3 de mayo, festividad de la Santa Cruz. Fecha en la que además, por alargarse las horas de luz, se adelantaban los toques de campana una hora: de 6h a 22 h, hasta que el 14 de septiembre volvían a realizarse de nuevo de 7h a 21h. 

Una tradición que se pierde en la noche de los tiempos y que, en este caso, ya la venían haciendo su madre, su abuela y abuelo y su bisabuela, quienes, como él, también vivieron en el piso pegado a la Catedral continuando una tradición familiar que con gran fidelidad abarcó cuatro generaciones en tres siglos y pico… Preguntado por el significado de la bandera blanca que ondea sola, próxima a la torre, Agustín contaba:

"El romero mayor de Santa Orosia compra el paño la víspera de Jueves Santo y se deposita en el Sagrario del monumento del primer templo, sobre los corporales, y encima del paño, el Copón de la Sagrada Forma. Allí permanece hasta el día siguiente, que una vez vacío el sagrado lugar, se lleva a la Sacristía para guardarlo hasta el 3 de mayo, festividad de la Santa Cruz. Dicho paño, de lienzo recio, blanco, mide un metro por setenta centímetros, aunque por la distancia que de él nos separa, lo apreciamos bastante más pequeño. En el día de antes señalado, al amanecer, acuden con el Romero Mayor, otros cinco, junto con el albañil señor Piedrafita, los que, en unuión del Sacristán, luego de cortar un trozo de paño para dejarle dos puntas, suben al campanario; el albañil, cambia el del año anterior por el nuevo y, del trozo sobrante, se hacen tantos como los presentes, repartiéndolos. Y allá, arriba, viene el desayuno de anís y torta, dejando la nueva “veleta” colocada para “ahuyentar las malas nubes”. Para evitar ese peligro se toca también ”a nuble”. Antes, no hace mucho tiempo, luego del toque, si la tormenta descargaba furiosa, se exponía a Santa Orosia en la lonja Mayor, sacándola de su altar con el Sacristán de la Hermandad, el portero y los serenos, más el capellán de Santa Orosia; esto, si era de noche . De día, además de los fijos e indispensables, algunos vecinos que se prestaban gustosos a la ayuda. Ahora, solo se dan los toques”.(Dumas abril, 1949 AYER Y HOY)

(1) HAIGA: coche grande. En la posguerra española el que quería hacer ostentación o marcar estatus, cuando iba a comprarse un coche, pedía el auto más grande, el más caro, el mejor que “haiga”. El más destacado fue el Dodge, fabricados por Barreiros y conocidos como “los haigas del Franquismo”.



miércoles, 9 de agosto de 2023

GANCHEROS Y NAVATAS POR LA CABECERA DEL RÍO ARAGÓN


GANCHEROS Y  NAVATAS POR LA CABECERA DEL

 RÍO ARAGÓN







La secuencia de cuatro fotos en formato cristal, sin fecha ni localización, halladas en "la falsa" de la casa de Campoy Irigoyen de Jaca, y que  hoy  se encuentran en la fototeca de la Diputación Provincial de Huesca, me ha llevado no solo a compartirlas, sino también a reunir algún conocimiento más sobre la conducción de madera por el cauce alto de nuestro río Aragón a su paso por Jaca y sus proximidades. No resultó fácil la tarea de localizar el lugar y la fecha en que la que se hicieron dichas fotografías, y tampoco la de contextualizarlas, pues pertenecen a un episodio del que no se conoce referencia alguna ni en Jaca ni en Aragón. Por eso, por su “rareza”, por la presencia de unos “gancheros” que sin duda fueron contratados en tierras lejanas, cuando lo habitual y más fácil hubiera sido bajar la madera con almadieros o navateros (1) montañeses, constituyen, desde el el punto de vista etnográfico, una valiosa muestra de patrimonio inmaterial. 

                                      LOS "CHELVAS" EN EL RÍO ARAGÓN

 De los dos métodos de transporte de madera por los ríos, bien en navajas, bien por piezas sueltas que se hacían en España, este segundo fue rarísimo en los Pirineos. Aunque más económico y sencillo, dese la orilla o introduciéndose en el río ayudándose de bicheros o ganchos, exigía mucha mano de obra y mucho valor, tanto que " causaba asombro ver cruzar orgullosas piezas por arroyos  cuyo miserable caudal se consideraría impotente para dicho objeto" ( Navarro, 1872, 93).

 Me inclino a pensar que estos abnegados y sufridos gancheros, que bajaban el río Aragón y que pasaban tanto tiempo en el agua como fuera de ella, vinieron de la región valenciana. Y más concretamente de la localidad de Chelva, donde un porcentaje elevado de su población venía practicando este arriesgado oficio por los ríos Turia, Júcar, y Segura desde tiempos inmemoriales. 



 Encauzamiento en "N" sobre la presa donde arranca el azud, hacia 1906. Foto Colección A. Allué (FDPH).   Los hombres más expertos que iban en "
la delantera" de la "maderada" se abrían camino acometiendo verdaderas obras de ingeniería con los propios troncos a los que movían con un largo mango de madera, "gancho" o "bichero", rematado por un  garfio y punta metálica en el extremo. Se encargaban de reducir todos  los obstáculos que impedían la flotación y dirección idónea de los maderos. Para ello realizaban  diques improvisados, salvaban desniveles, forzaban encauzamientos y provocaban saltos artificiales. Luego la "zaga" desmontaria las obras y lanzaría los troncos para agruparlos más abajo.   

 Comparativas de la presa y el azud, 1906/2023, desde un punto de vista muy similar; la foto en color está tomada desde la fuente de la Cazoleta. En blanco y negro, con el arbolado disminuido y  la casa y huerta de Baltasarillo al fondo. En amabas fotos se observa la misma presa situada cerca de la carretera de Aisa próxima al actual "Puente Nuevo" o Puente de Aisa sobre el río Aragón.


En efecto, de esta localidad procedían los trabajadores más afamados de España; auténticos maestros del río cuya pericia era requerida no solo en su zona, el Turia, sino en otros muchos lugares, como el Guadalquivir, el Segura, el Tajo, el Cabriel e incluso en el Ebro. Para poder hacer esta afirmación me apoyo tanto en la indumentaria que se ve en la fotografía como en el paralelismo que ofrece su presencia en otro río cercano del Pirineo, en el río Irati.

 De allí procedían las primeras cuadrillas de gancheros “chelvas” (así eran llamados por los navarros) que acudieron a Aoiz para bajar, por el río Irati, las hayas sueltas de sus frondosos bosques, a principios del siglo XX, y que, tras su presencia, dejaron su huella; tanta que, luego, enseñaron el oficio a los propios Navarros. Por otra parte, Teodoro Llorente, en su Historia  Valenciana, escribía en 1889 sobre aspectos y trabajos de esos gancheros valencianos que concuerdan a la perfección con las imágenes que, hacia 1906, acontecieron en la presa del río Aragón a su paso por Jaca: " Son gente sobria y valiente, de tostado cutis y músculos de acero, de aspecto semiárabigo y semieuropeo, vistiendo tosco y acampanado sombrero de negruzco fieltro, fuerte chaquetón de paño pardo, voluminosa faja y cortos zaraguegüelles de lienzo blanco. Con su gancho, no solo guían los maderos, los separan, los recogen y dan curso habilísimamente, sino que construyen en pocos minutos puentes artificiales, viviendo como anfibios..."    


 El ganchero de la derecha "sección de centro" está esperando esperando  la "pesca" de los troncos que bajan sueltos. Los de la izquierda "sección delantera" realizando las obras para facilitar la embocadura los de los maderos por el paso adecuado. Colección A. Allué (FDPH)


 De uno en uno, desde la improvisada plataforma artificial, los gancheros acercan a la boca del embudo artificial uno de los maderos. Se trata de la labor previa de "encauzamiento" hecha por los "delanteros" para salvar el azud  que, por la izquierda aporta el agua necesaria a los próximos molinos de Gastón (antiguos de Pequera) a base de hiladas de de troncos ( "aletas"). La elevación del agua obligaba  y ayudaba el paso de los troncos por  la cuña abierta, además de evitar que cayeran por el rebufo de la presa de cemento-piedra.  En la actualidad, la panorámica que se observa quedaría cortada a la altura que se encuentran varados los maderos, por el "Puente Nuevo" o de Aisa construido con posterioridad, en 1926. Foto Colección A. Allué (FDPH)   


Reagrupamiento de la "maderada" una vez superado el obstáculo de la presa. Desde allí, la siguiente operación debió consistir en  lanzar de nuevo los maderos al cauce para recogerlos en el puente de San Miguel (a unos 300 m), para llevarlos posteriormente a la estación del ferrocarril. Hay que tener en cuenta que el "Puente Nuevo" actual y la carretera de Aísa todavía no existían.

  Comparativas del agrupamiento de la maderada, 1906/2023 desde un punto de vista muy similar; en color, mirando hacia el sur desde el actual "Puente Nuevo" o de Aísa


  

                                                                 NAVATAS POR LA CABECERA DEL RÍO ARAGÓN

No es precisamente el río Aragon, desde su cabecera hasta Puente la Reina, un tramo del que abunden noticias de la bajada de almadías o navatas a pesar de que Gabardito, Collarada, Lierde, la Selva de Villanúa, Oroel y San Juan de la Peña ofrecían excelentes y abundantes  pinos y abetos.  Un hecho que contrasta con las abundantes referencias que se conocen en el mismo río a partir de su confluencia con el Aragón Subordán, o de otros cursos próximos como el Gállego, el Aragón Subordán, el Veral, el Esca; o más alejados como el Cinca.


Aquí, a diferencia de las anteriores fotografias, algunos navateros portan indumentaria propia  del Alto Aragón inspirada en la de los pastores del Pirineo Aragonés: sombrero de Caspe sobre trajes populares corrientes tapados por una zamarra de piel de cabra y pies albergados en piales y abarcas. La foto, de Francisco de las Heras, realizada hacia 1915, parece corresponder a la confluencia de un arroyo con un río de la Jacetania. Los troncos una vez cortados, entre junio y enero, eran despojados por los hacheros o picadores (desembosque) . Luego eran arrastrados por un artilugio de cadenas (basal de tirar fusta), como se obserba en la foto, por uno o dos machos o mulas , o por bueyes (barranqueo). Previamente se perforaban los troncos por cada uno de los extremos y se pasaba una clavija de hierro que se enganchaba de las cadenas para, de uno en uno, bajarlos a la orilla del río hasta el ligadero  o atadero, para confeccionar las navajas  o trasladarlos por carros por vía terrestre. 

 Es cierto  que la cabecera del río Aragón presenta tramos abruptos por Canfranc y encima de Villanúa que ofrecen dificultad para la navegación navatera, pero hay que recordar que la bajada de troncos se alternaba con tramos de obligado transporte carretero. No obstante, en antiguos documentos han quedado reflejados  algunos hechos que nos ayudan a ilustrar el tema que nos ocupa. Veamos: la noticia más antigua que se conoce sobre el transporte de madera por el río Aragon nos retrotrae a la Baja Edad Media. En efecto, de ello nos habla Alberto Gómez: "... en plena etapa feudal siglos XI-XII se fundó el Castum de Santa Cruciella (próximo a Atarés). Entre las rentas y monopolios que disfrutaba su señor, los textos citan un molino harinero y un ligadero para hacer navatas en el río Aragón dejando intuir posibles peajes cobrados al tránsito de las maderas y ganados que descendían por la cabañera de San Juan De la Peña y atravesaba este término Castral  (Gómez, página 76). Un lugar estratégico dada la relativa proximidad de los "pacos" de Oroel y de San Juan de la Peña donde abundan pinos y abetos de gran porte, y donde, además, aumentaba la garantía de navegación gracias al caudal añadido que suponía la cercana convergencia del río Estarrún con todo el aporte de agua  recogido en el valle de Aísa.

También se tienen noticias de que  los aguerridos almadieros chesos, a los que que Fernando el Católico les había concedido en 1515 exacción tributaria en sus navegaciones, al pasar por territorio navarro compraban producción maderera en Ansó, Villanúa y San Juan de la Peña para bajarla con almadías a Zaragoza.  

Badal de tirar fusta 
A. Museo Orensaz, Sabiñánigo

  Otra referencia nos la da Enrique Balcels cuando, al hablar de las dimensiones de los pinos albar que se cortaban en el Pirineo catalán y en el valle de Irari, comenta que "estos solo son comparables a los fustes procedentes del valle de Canfranc por su tamaño excepcional, sin duda muy útiles para las arboladuras de las grandes carabelas y veleros, y que se soltaban al paso de las presas de Sangüesa y Marcilla" ( Balcells, págs. 115 y 118). De lo que se deduce la flotación de madera por la cabecera del río Aragón.

Más explícito es el documento que nos narra las dos sacas de madera, que tienen lugar en el año 1590 a cargo de Sancho Abarca, Señor de la Garcipollera, quien "contrató con dos vecinos de Castiello la corta de diferentes dimensiones (veintenas, catorcenas y decenas) (2) en los montes de Acin  y de Larrosa, que deberían ser transportados por el río Ijuez hasta el Ligadero, situado entre el molino de Bergosa y la ermita de Santa Juliana en Castiello, al borde del río Aragón. En otro contrato similar encargó a tres vecinos de Borao y a uno de Aratorés el corte de 150 troncos veintenos, sezenos y catorcenos, por partes iguales, con la fecha de entrega el 15 de mayo para aprovechar la crecida del río con el deshielo" cuando el río baja "mayenco" (Gómez de Valenzuela, pág. 116-117). Sin duda, el bajo caudal del río Ijuez obligaría a lanzar los trozos sueltos por el río o a trasladarlos en carretas tiradas por bueyes hasta el ligadero, situado en las cercanías de la confluencia con el río Aragón, donde se montarían las navatas. Y de allí, dada la suavidad y escasos obstáculos por los que discurre el río para ser navegado, se trasladaría la madera a Jaca o tal vez hasta Zaragoza. 

 Por otra parte, el peso histórico de la antigua capital que fuera del reino aragonés, Jaca,  y el posicionamiento estratégico que la ciudad tuvo para Felipe II con la construcción de la Ciudadela, llevó consigo implicaciones directas en el corte, traslado en navatas y venta de la madera. Así, sabemos que un tal Lorenzo Labastida, Proveedor de las Armas  Reales, infanzón y vecino de Jaca, residente en la Ciudadela, fue designado en 1678 para "arbolar los navíos y galeras de sus armadas reales y otras de España" en una área de actuación que abarcaba toda la zona norte de la provincia de Huesca. Al respecto de sus negocios y actuaciones, que debieron ser muy numerosas, nos ha llegado una referencia concreta en la que " 32 de sus bueyes destinados para arrastrar la madera hasta los ríos pastaban en el monte de la Espuña llamado Val de Cereça y término del lugar de Ossin" ( Moreno págs. 320 y 321). 

 

 Almadías junto al templo del Pilar de Zaragoza y San Juan de los Panetes. Dado que las proximidades de Zaragoza estaban carentes de árboles adecuados para la construcción y obras importantes, tuvieron que recurrir a los bosques pirenaicos. Especialmente, entre los siglos XV- XVIII, la mayoría de la madera procedía de de las cuencas altas de los ríos Aragón y Gállego: “Todos los años se hace en el partido de Jaca un corte considerable de madera, que sirve para los carpinteros de Zaragoza” (Valenzuela, pág. 64 , en abastecimiento...). Unos  viajes en almadías desde el Pirineo hasta Zaragoza que, como se aprecia en la imagen, todavía se veían en 1922 y  podían durar 6 o 7 días con condiciones favorables. (Foto publicada por Cristian Ruiz) 

 Escueta pero reveladora es la referencia que nos da el naturalista jurista e historiador Ignacio Jordán de Asso en 1789, al hablar de la explotación maderera  cuando nos dice “...que se ha abierto carretera nueva en el monte de San Juan de la Peña  para la conducción de árboles destinados para la Armada” (Asso, pág. 50). Dicha cita nos pone en conocimiento de que en San Juan de la Peña se seguían sacando abetos o pinabetes de buen porte. Y aunque se conocen sacas de madera de la parte meridional que llegaban a conducirse por el río Gallego, sabido es que dicho arbolado era más factible encontrarlo en la parte septentrional de los  montes que rodeaban el vetusto Monasterio, además de ser mucho más corto el recorrido. Así que, aunque Asso no nos aclara si esos abetos para la armada del rey Carlos III eran bajados por el río Gállego o por el río Aragón, parece lógico que, por cercanía, esa carretera ( se entiende para carros) condujera al antiguo atadero de Santa Cruciella o al cercano ligadero de Santa Cilia, del que nos han llegado noticias por tradición oral. 

       EL OCASO DE UNA ACTIVIDAD QUE SE PIERDE EN LA NOCHE DE LOS TIEMPOS 


Dado el número de madera que se cargaba en la estación de ferrocarril de Jaca en 1902, se construyó un muelle específico para su  carga y descarga. La instantánea probablemente nos muestra una cuadrilla de almadieros que han llegado a lomos de los troncos en un moderno camión. Los agujeros que se ven el la punta de los troncos nos indican que, si no han navegado, seguro que han barranqueao tirados por machos o mulas. La foto, tomada en la estación de ferrocarril de Jaca, con el monte de Rapitán al fondo, de autor desconocido, ha sido publicada en Faceboock por Lorien La Hoz, quien la data hacia 1920 y afirma que los protagonistas son chesos

 En unos lugares antes y en otros después, el trabajo de los navateros siguió vigente hasta el primer tercio del siglo XX. Los “enemigos” más encarnados para la navegación navatera, los saltos para producir electricidad y los pantanos fueron en continuo aumento. Por otra parte, la rapidez y comodidad del transporte  de la madera en camiones por carretera y la aparición del ferrocarril hizo el resto para enterrar el oficio.  No obstante, continuó existiendo un sistema mixto, que alternaba el transporte fluvial con el transporte por carretera y ferrocarril, como sucedía en Jaca donde la línea férrea había llegado en 1893. En efecto, se sabe que los almadieros chesos seguían bajando por el Aragón Subordán; pues se quejaban, en una noticia aparecida en el periódico La Montaña en mayo de 1903, de que ...tras tener muchas almadías preparadas a la orilla del río no podían bajarlas por escaso caudal...”; y también otra trágica noticia publicada en marzo de 1919 también en La Unión decía:  ...bajaba una almadía, sobre la que marchaban cuatro hombres y al llegar a un puente para servidumbre de Javierregay, chocó la almadía y sepultó a Eusebio Aduaín, de Sigüés, que falleció poco después. Con la víctima marchaban sobre la almadía, un hijo y dos convecinos suyos". 

Hay que tener en cuenta la fuerte explotación del bosque que se dio en estos años precisamente apoyada en la facilidad de los nuevos transportes. En 1903 llegaban por ferrocarril a Jaca 500 obreros de Granada y Jaén, contratados por el negociante en maderas señor Baños, para la corta y extracción de pinos y hayas maderables en los montes de Ansó, Fago, y Aísa.  El mismo año en el que  cortaban madera  en las partidas del monte de Ansó 200 hacheros que habían llegado de Cuenca. Estos últimos con la finalidad de  elaborar traviesas para la Compañía del Norte, cuya labra se hacía en las mismas zonas de las cortas para conducirlos por los ríos Veral y Aragón hasta el Ebro. Y que, en 1919, existían en en la Provincia de Huesca 32 serrerías y 15 almacenes de maderas, que con talleres de carpintería, carretería, tonelería, etc. consumían 64.000 metros cúbicos de madera; todo ello  sin contar las maderas conducidas directamente por vía férrea o fluvial a los centros consumidores de fuera de la provincia.

                                                          *************

(1)  Almadías y Navatas: en la documentación conservada a lo largo de los siglos en Aragón occidental (desde el río Gállego hasta Navarra) solo se habla de almadías y a sus tripulante los llaman almadieros e incluso se emplea el verbo almadiar. Ello demuestra que "navata" es palabra sobrabesa y ribagorzana ( Gómez de Valenzuela pag. 20 en Abastecimientos...) 

La primera vez que yo  he visto escrito navatas en la zona de Jaca ha sido en un librito titulado Cosas de Jaca escrito en 1900 por Francisco Quintilla, director del Pirineo Aragonés:  "...cuando la liquidación de las nieves del Pirineo aumenta el caudal del río Aragón, se transportan á los centros comerciales grandes remesas de maderos convertidos en "NAVATAS" (pag. 32)

(2)  Los troncos se clasificaban por su longitud medida en palmos: desde ochenes, los más cortos, de 1,6 metros, hasta los cuarentenes de 9,6 metros y el grosor por manos (10centímetros) 

                                             BIBLIOGRAFÍA  

ASSO, Ignacio. Historia de la economía política de Aragón. Licencia en Zaragoza por Francisco Magallón, 1798.

BALCELLS , Enrique. Almadías y almadieros: el interés de su estudio histórico. Jaca, 1983.

GÓMEZ, Alberto.  "La historia del Boalar de Jaca”https://digital.csic.es/bitstream/10261/128594/3/Fillat_Gomez_Boalar_Jaca_Gaceta201.pdf. Gaceta IPE, diciembre 2015, Nº3.

GÓMEZ DE VALENZUELA, Manuel. Los linajes de los Abarca, señores de la Garcipollera y Serué (Siglos XV a XVIII). Asociación Sancho Ramírez. Jaca. Amigos del Serrablo. Sabiñánigo. Huesca, 2022.

GOMEZ DE VALENZUELA, Manuel. Abastecimiento de madera de construcción en Zaragoza (Siglos XV al XVIII). Separata de Cuadernos de Estudios Borjanos. Institución “Fernando el Católico”. Borja, 2020. 

IDOATE, Florencio. Almadías. Ed. Diputación Foral de Navarra, col. “Temas de cultura popular”, n.º 38. Pamplona, 1977. 

MORENO, Juan Carlos. La Ciudadela de Jaca. Las relaciones entre los habitantes de Jaca y el Castillo de San Pedro desde sus inicios hasta 1700. Edita Asociación Sancho Ramírez e Instituto de Estudios Altoaragoneses. Jaca, 2015. 

NAVARRO REVERTER, J. Transportes fluviales. En Revista Forestal, Económica y Agrícola, Tomo V. Madrid, 1872 (Págs. 6-93 y 113-194).

QUINTILLA ARAMENDÍA, Francisco. Cosas de Jaca . Ligeras descripciones. Jaca,1900.

PALLARUELO, Severino. Las navatas. El transporte de troncos por los ríos del alto Aragón. Monografías del Instituto aragonés de antropología. Huesca, 1894.

PIQUERAS Juan y SANCHIS Carme.  EL transporte fluvial de madera en España. Cuad. de Geogr, 67/70, 127-162. Valencia, 2001.

SAMPEDRO, J.L. El río que nos lleva. Plaza Janés, 1961.





lunes, 12 de junio de 2023

SAN JUAN DE LA PEÑA 2. DE LOS CAMINOS DE HERRADURA A LA LLEGADA DE LOS PRIMEROS TURISRAS



DE LOS CAMINOS DE HERRADURA A LA LLEGADA DE LOS PRIMEROS TURISTAS 





La altura a la que se encuentra, los empinados barrancos, la espesa vegetación y las murallas naturales de conglomerados nunca hicieron fácil el acceso a San Juan de la Peña, pero fue precisamente esta naturaleza salvaje la que garantizó durante siglos su protección e independencia. Baste recordar al respecto cómo el guerrillero de Embún Miguel Sarasa eligió dichos parajes para hacer de ellos su fortín y defenderse de las tropas napoleónicas en julio de 1909. Sin embargo, esto no fue obstáculo para que esforzados viajeros, del siglo XIX y principios del XX, movidos bien por la curiosidad intelectual o por mero placer aventurero, se acercaran a los Monasterios. 





Ahora bien, ¿cómo llegaban hasta allí? Las comodidades de las que disponemos hoy para desplazarnos hacen costoso ponernos en su lugar. Pero sería conveniente recordar que reyes, abades, monjes, lugareños, devotos en romerías... durante siglos y hasta 1931 acudieron con los mismos medios: a pie o en caballerías.


De Santa Cruz de la Serós a San Juan de la Peña por el camino de herradura, 1917. El autor de la fotografía, Daniel Dufol Álvarez, hizo una breve pausa para, en un recodo de la senda, desde su montura, con el pueblecito de Santa Cruz de la Serós al fondo, tomar esta instantánea. Los jinetes y los dos espoliques de casa Jusepe de Santa Cruz remontan el camino hacia las empinadas y peligrosas cuestas de la Galochera o Escalar que los conducirán, en una hora, al  Monasterio Alto.


Nos puede acercar a esa forma ancestral de acceder a San Juan de la Peña lo que nos cuenta en El Pirineo Aragonés, en abril de 1896, el coronel de artillería historiador y académico Mario de Sala Valdés: 

Tres caminos existen para subir a San Juan de la Peña, el primero por Anzánigo, hay que salir en el tren de las 2 de la tarde, emplear hora y media en el trayecto a dicho pueblo, coger en él las caballerías y subir la sierra dirigiéndose por Botaya al Monasterio Alto, para lo que se tarda de tres a cuatro horas. Es el camino mejor, pero el más largo y así es posible  visitar los dos monasterios en un mismo día. El segundo, por el barranco de Atarés, accidentado y áspero, exige el empleo de una hora de coche (de caballos) y dos y media de mulo. El tercero, por la Venta de Esculabolsas y el Escalar, es el peor de todos, pero el más breve. Se llega a la Venta en carruaje en 5 cuartos de hora, y teniendo allí los mulos preparados solo se tarda hora y media en subir al monasterio Alto”.



 Y continúa: “Como no queríamos pernoctar en este, fue el tercer camino el elegido. El 23 de agosto efectuamos la expedición bien provistos de municiones de boca. A las cinco de  la mañana salíamos en carruaje por la carretera de Pamplona siguiendo la orilla izquierda del río Aragón y a las seis y cuarto estábamos en la venta de Esculabolsas donde los mulos procedentes de Santa Cruz llegaron con retraso, a las 8 h. Los mulos viejos y acostumbrados trepaban por estas asperezas sin dar un mal paso. Al principio fuimos un cuarto de hora por la rambla de Santa Cruz; luego principiamos a subir por una senda pedregosa que acentúa su desnivel hasta llegar a la Galochera o Escalar en que la pendiente es más pronunciada y el paso peligroso al borde de grandes precipicios entre hayas, fresnos, encinas, pinares, boj, acebo, matas de fresa, olorosos chordones y toda clase de plantas medicinales.



Idéntico camino fue el que recorrió el hispanista y mecenas de Sorolla  Archer M. Huntington, estadounidense fundador de la Hispanic Society of America cuando, poco antes, en 1892, tras visitar Jaca y Panticosa, acompañado del  jaqués Leopoldo, cogió la diligencia (probablemente “La Sangüesina” que tenía su salida en el Portal de San Francisco de Jaca) que lo conduciría a Esculabolsas, donde el ventero ponía a disposición de los viajeros mulo o mula y guía de calzón corto, por 5 pesetas. Llegado a lo alto, Archer M. Huntington, tras describir con detenimiento la historia y los monumentos, realizó 7 fotografías (Huntington, 1898,198-215). 



Instantáneas tomadas en 1913 por el prestigioso oftálmologo
jaqués, sentado en el centro, y sus paisanos y amigos hermanos Lacasa

 Sin automóviles y sin carreteras, aquellos atrevidos turistas que llegaban a San Juan de la Peña solían ser de cercanías. En este caso, con el fondo de la impresionante cubierta de roca y la capilla barroca de San Voto, el jaqués Benito Langa Berbiela (el segundo a la izquierda, sentado) con su esposa Teófila Del Hoyo Paúles (la primera a la izda., de pie), familia y amigos posan en la arquería del claustro del Monasterio Viejo. Foto F. de las Heras, cedida por Margarita Langa Albertín. 


Por el segundo camino, el de Atarés, pasando por Santa Cruz de la Serós, probablemente el más utilizado en el medievo, pasó Juan Bautista Labaña  en 1610, ubicando el Monasterio a dos leguas y media de Jaca; lo mismo que José María Quadrado quien nos advierte de la torre que vigila la entrada al valle de Atarés, hoy llamada "Torre del Moro" o “Torre de Santa Cruciella”:  “Entre densos matorrales asoma en el lado de un cerro la cuadrada torre que llaman Torraza, cuya destrozada frente conserva todavía un elegante ajimez” (Quadrado,1844,191). Por este mismo trayecto, pero en sentido contrario, descendió de San Juan, en 1903, el rey Alfonso XIII con una comitiva de 80 o 90 jinetes.







 Las  instantáneas nos muestran distintos momentos del viaje  de Alfonso XIII a S. J. de la Peña. Fotos publicadas en Nuevo Mundo y ABC en 1903 Y parte del discurso que Juan Moneva y Puyol, de espaldas le dirige a su majestad. 


Pero sigamos a  Mario de Sala Valdés, que no era el primer visitante que llegaba al Monasterio Alto y lamentaba su amenaza de ruina. Habían pasado unos 60 años desde que los monjes se vieron obligados a desalojar el Monasterio Alto, y Mario contemplaba los resultados del abandono: 

… brechas en los tejados, podredumbres de enmaderados, hundimiento de las paredes y bóvedas amenazando derrumbamientos... En la amplia portería conocimos al incomparable Modesto, veterano de talla erguida y plateados bigotes, antiguo y actual guardián que enamorado de las ruinas cobraba con puntualidad su pobre salario cuando el Real Monasterio estaba a cargo de la Diputación oscense; pero desde que en 1889 el insigne cenobio mereció que el gobierno lo declarase Monumento Nacional, no ha recibido un sólo céntimo aquel hombre excelente que, después de 5 años de dieta absoluta, vive de milagro... y no deserta. (En efecto, Modesto Vozmediano, el buen guardián, murió a principios del año de 1895, cuando empezaba a cobrar, y su viuda, Jerónima Toyas falleció 2 años después en el mismo Monasterio). 


 Benito Langa Berbiela (sentado en el centro) junto a su esposa  Teófila Del Hoyo Paúles (sentada a su lado), con sus familiares y amigos. Llegado el momento del almuerzo, se disponen a comer bajo uno de los dos robles centenarios, de unos 370 años, que todavía existen en la Pradera junto al Monasterio Alto. En este caso en el “cajico” de Botaya, así llamado por tener los habitantes de este pueblo el privilegio de poder comer bajo su sombra el día en que se celebra la tradicional romería de San Indalecio, desde 1187. De la misma forma lo hacen los de Santa Cruz de la Serós en el otro roble que queda más alejado. Foto F. de las Heras, cedida por Margarita Langa Albertín.


Fue en las dos primeras décadas del siglo XX cuando comenzó a aparecer un visitante de cercanías, de Huesca, Jaca y Zaragoza, que se acercaba a San Juan de la Peña no tanto con la intención de explorar y loar aquellas ruinas, sino con la determinación de hacer algo por ellas. A todos ellos, a los que bien podemos calificar de “turistas militantes”, les embargaba una especie de obligación moral, semejante a la de aquel que no quiere ver “espaldada” la casa de sus antepasados. Eran en su mayoría personas con responsabilidades políticas, eclesiásticas o destacados académicos y escritores: ateneístas de Zaragoza como Juan Moneva y Patricio Borobio; prelados de Jaca como Manuel Castro Alonso y el Deán del Cabildo Dámaso Sangorrín, con su erudito trabajo “Ni Covadonga ni Galión”; políticos como el alcalde de Jaca Antonio Pueyo y diputados como Gavín y Lacasa Sánchez Cruzat; catedráticos y escritores como Ricardo del Arco. con su libro El real Monasterio de San Juan de la Peña; Benigno Baratech, Luis Mur,  Domingo Miral y Mariano Cavia, entre otros. ¡Al fin algo nuevo! Algo que no respirara abandono y ruina, algo que atrajera al visitante. En definitiva, algo que diera esperanza de futuro a San Juan de la Peña. 

 Excursionistas a caballo en en la Pradera de San Indalecio, 1920. Instantánea tomada junto a la destartalada vivienda del guarda del Monasterio. Entre los cuatro atrevidos jinetes, de izquierda a derecha, observamos al incansable defensor y admirador de los monasterios Ricardo del Arco, a Luis Mur Ventura, a Gregorio Castejón, al guarda de San Juan de la Peña y a Manuel Casanova. Foto Fondo Ricardo del Arco. Placa de vidrio, 9 x 12 cm, FDPH. 


Aunque no fue hasta 1915 cuando aquellos pioneros viajeros-turistas pudieron acomodarse, con cierto decoro, en una coqueta casa de ladrillo, aislada, en plena llanura de San Indalecio y próxima al ala sur del monasterio Alto, la Casa Forestal. Casa que también, además de cobijar a los vigilantes y cuidadores del monte, sirvió con posterioridad como vivienda a los guardias de los Monasterios, que venían haciendo su vida entre un destartalado edificio con corrales situado junto al lado izquierdo de la entrada del Monasterio Alto y un pabellón del convento cedido por la Comisión de Monumentos. 


  Casa de forestales,1914. En esta casa, aislada en plena llanura de San Indalecio, descansó antes de regresar a Zaragoza, a principios de septiembre de 1934, el presidente de la República Niceto Alcalá  Zamora cuando visitó San Juan de la Peña. Foto Nicolás Viñuales: Fondo Hermanos Viñuales _00422, FDPH.    


De corto recorrido, pero plena de entusiasmo, fue la iniciativa que apareció en primera plana en el periódico local La Unión el 3 de abril de 1919, firmada por “Paquito de la Montaña”, seudónimo que ocultaba al escolapio, maestro y licenciado en Filosofía padre Otal. “Por la restauración de San Juan de la Peña”. “Solemne asamblea para esta tarde a las seis”. En ella, el Ayuntamiento de Jaca invitaba a todas la fuerzas vivas a una asamblea, en el Salón de Sesiones de la Casa Consistorial, para formar una “Junta de Protección a San Juan de la Peña”, y el autor  hacía un llamamiento a todas las clases sociales, corporaciones y entidades del  Reino, abriendo una suscripción Regional y solicitando un óbolo de todos los Ayuntamientos de Aragón, de todos los Centros y Corporaciones y recabando el apoyo de todos los diputados y senadores del Reino para alcanzar del Gobierno la mayor de las  subvenciones.


 Notables jacetanos y oscenses, afines a la “Junta de Protección a San Juan de la Peña,” en visita “patriótica,”  juran fidelidad a la obra de los Monasterios en el altar del Monasterio Nuevo, 1920. De Jaca: Antonio Pueyo, Juan Lacasa Sánchez- Cruzat, Fausto Abad y los padres escolapios, Aurelio, Fernando y Juan Otal. De Huesca: Ricardo del Arco, Benigno Baratech, Luis Mur y Pastor, entre otros. Foto Archivo de la Real Hermandad de San Juan de la Peña. 


 A esta llamada respondió positivamente la Comisión provincial de Monumentos Históricos y Artísticos de Huesca y El Diario de Huesca, que iniciaba la suscripción con la aportación de 50 pesetas, de su propio bolsillo, del catedrático de instituto Luis Mur. Los promotores de la Junta se hicieron una foto simbólica en el altar del Monasterio Nuevo, ante el que semejan jurar fidelidad a la obra de restauración de los Monasterios. Y el verdadero impulsor y alma mater de aquella Junta, compuesta en su mayoría por próceres de la ciudad de Jaca y Huesca, que no era otro que el ya citado padre Otal, inició también una suscripción pública en El Noticiero de Zaragoza, del cual era corresponsal, gracias a la que: “Conseguimos algún dinero con el cual se compró madera y pudimos pagar la mano de obra... consiguiendo, tan solo, retardar unos años el desplome de la techumbre de San Juan Alto”. Esto comentaba él mismo, 48 años después, a un ex-alumno suyo sobre aquella campaña “pro San Juan” que él mismo ideó:

 Te recuerdo cómo, tú y tus compañeros escolares, aceptasteis mi invitación para crear ambiente escribiendo con clarión en los bancos de las desaparecidas murallas de Jaca y en el paseo aquella frase ¡VISITE VS. SAN JUAN DE LA PEÑA!  Algo había que hacer a este respecto, cuando no existía mas que la prensa semanal (“San Juan  de la Peña, medio siglo atrás”, Jacetania, diciembre de 1968, A. Villacampa).  




 Foto Daniel Dufol Álvarez.Sacerdote en la arquería norte del claustro de San Juan de la Peña, 1917. Las visitas y la implicación del clero en las reivindicaciones para la restauración de los Monasterios se hicieron manifiestas desde las primeras décadas del siglo XX. En este caso, y ante tan sobrecogedor marco, un sacerdote parece estar concentrado en la lectura sentado entre el capitel de “El sueño de San José” y el de “Los Reyes Magos ante Herodes”, en ese momento colocados de forma distinta a como podemos verlos en la actualidad.  


Así las cosas, de gran trascendencia para la divulgación turística de San Juan fue la labor realizada poco después por el Sindicato de Iniciativa y Propaganda de Aragón (SIPA), cuando en 1925, a imitación de lo que habían hecho numerosas localidades francesas en el siglo XIX, empezaron a poner en valor el “turismo autóctono”, tanto a nivel comarcal como regional, apoyándolo con su revista Aragón Turístico y Monumental. Tal es así que en sus primeros años de vida pocos son los números de la revista en los que no aparece alguna nota o artículo referente a estos lugares. Pronto dejaría constancia el SIPA de su decidida apuesta por hacer de San Juan de la Peña su icono turístico. Y lo haría, en este caso, incidiendo en el valor de su ubicación y en el de su entorno paisajístico. Muestra inequívoca fue la realización y posterior inauguración, el día 25 de julio de 1926, festividad de Santiago, de una mesa de orientación que, en palabras de Andrés Cenjor Llopis, era la “primera que existe en España”. El mismo Llopis nos narra las peripecias de aquel hecho en el periódico La Unión del  29 de julio de 1926: 

Salimos de Jaca entre 6 y 7 de la mañana. En Santa Cruz nos esperaban caballerías y tras 1 hora de cuesta llegamos al monasterio Nuevo; tomamos unos exquisitos bocadillos y vino de  Cariñena. A continuación marchamos a la inauguración de la mesa costeada y regalada por el SIPA. Consiste en un tablero semicircular de mármol, construido de manera que, colocado el observador en el centro de su diámetro no tiene más que seguir con la vista la dirección marcada por una líneas negras indicadoras del monte que a lo lejos se divisa con su nombre y altura. Ha sido dibujada por el Sr. Uceda Arquitecto Municipal de Huesca, el mármol trabajado por don Joaquín Beltrán de Zaragoza y el basamento de piedra, estilo románico, por don Francisco Sorribas, artista de Zaragoza. 

La mesa se colocó en el Balcón del Pirineo, uno de los miradores de San Juan, lugar cuya belleza sobrecoge a los visitantes. Efectivamente, hoy como ayer, desde ese punto se contempla una de las vistas más sobrecogedoras del Pirineo Central, que tampoco pasó desapercibida al ilustre antropólogo e historiador Julio Caro Baroja, quien afirmó:


Esta labor de propaganda del SIPA respecto a San Juan se verá reforzada tras la inauguración, el 3 de julio de 1927, de la  Universidad  Internacional de Zaragoza en Jaca y sus cursos de verano para extranjeros. Efectivamente, su principal promotor y catedrático, el cheso Domingo Miral, amante de los venerables cenobios de San Juan, contagió con su entusiasmo a todos los alumnos de aquellos cursos de verano, de tal forma que entre las actividades de la Universidad no faltó ningún año una excursión a los monasterios de San Juan, ampliando así de manera exponencial su divulgación internacional. 



 Niños en el Balcón del Pirineo, hacia 1930. En  junio de 1985 un acto vandálico destruyó la mesa y la ilusión de sus constructores, pero al año siguiente, en julio de 1986, gracias a la labor de los guardas de montes, que recogieron los fragmentos de la mesa rota, junto con el hoy ya jubilado José Luis Solano, que además pasó a papel todos los datos de la misma, se pudo confeccionar una tablero de mármol similar al anterior. El entonces Príncipe Felipe regaló esta nueva mesa, que es la que se puede contemplar en la actualidad. Foto Jesús Bretos.


Y aunque parezca increíble, es cierto que, a pesar de las dificultades de acceso, pues se debía ascender por los tradicionales senderos medievales, aquel verano de 1927 quedó constancia, en el álbum de firmas que existía en la Casa Forestal, de la rúbrica de 300 visitantes, entre ellos bastantes también procedían de excursiones de montañeros Aragoneses, organizadas desde Zaragoza. (La Voz de Aragón. Enrique Cuevas,1927).

Pero, a pesar de ello y de los esfuerzos encomiables por restaurar los Monasterios, seguía siendo difícil su visita. Había un inconveniente que impedía sacar a San Juan de la Peña de su aislamiento medieval todavía por caminos de herradura. No eran solo obstáculos económicos los que congelaban un acceso rápido y moderno, pues cuestiones de estrategia militar, y al parecer importantes para el Ramo de la Guerra, lo impedían. Los estrategas militares consideraban que  construir una carretera que llegara a la altura de 1255 metros daría el control artillero, en una posible invasión francesa, a toda la Canal de Berdún. Una cuestión esta que comenzó a cambiar de signo con el Gobierno de Primo de Rivera, al iniciarse serios adelantos para realizar el tan esperado acceso por carretera. Habría que esperar hasta el 12 de julio de 1931. Ese día se inaugurarían los 8 kilómetros que unirían Bernués con el monasterio Alto, según el proyecto del ministerio de obras públicas aragonesas de 1925, redactado por  el ingeniero Joaquín Cajal Lasala. 


Día de la Inauguración de la Carretera por Bernués. Foto, Ildefonso Sa Agustín


“Un guarda con cayada y bandolera indica la bifurcación de la carretera. Por allí, a Jaca. Por aquí, a San Juan de la Peña, sin cabalgar sobre rocín, sin tener que contratar espolique, sin que trisquen los pies por el pedregal”, así describía tan importante acontecimiento Fernando Castán en La Voz de Aragón. 

Los autos de motor, aunque por una carretera polvorienta y zigzagueante, habían “invadido” la pradera de San Indalecio. A partir de entonces coches y autobuses ayudaron a popularizar aquellos históricos recintos hasta ese momento desconocidos para la mayoría, al tiempo que  amigos del arte, excursionistas y naturalistas, en goteo fino, pero constante, se hacían visibles los fines de semana. 



 Foto Jesús Bretos. Mirador de san Voto, hacia 1930.  Al final del paseo del mismo nombre se encuentra el mirador. En la instantánea, cinco jaqueses en el balconcillo, que sobre la roca habían acondicionado los forestales, contemplan en lo profundo, el Monasterio Viejo encajado en las paredes rocosas del cortado y la hondonada del monte con su exuberante vegetación. 


Ahora bien, para adecuar las visitas a los turistas habría que esperar a la entrada de los años cincuenta. Fue entonces cuando, en el lado izquierdo, pegada a la entrada del Monasterio Alto, se construyó la tan esperada Hospedería que demandaba el progresivo aumento de visitantes. Un hecho decisivo, que hay que atribuir a la Caja de Ahorros, y, en especial, al que era su director en esos momentos José Sinués Urbiola.   



Foto de autor desconocido. Forestal junto al Monasterio Alto, hacia 1930. Instantánea de un Joven forestal con unas vacas ante un lienzo con tambor de la muralla de ladrillo que, por el ala sur del Monasterio Alto, todavía lo protegía. De encomiable podemos calificar la labor de los forestales que, además de su cometido profesional, ayudaban a mejorar y abrir nuevos caminos y paseos para favorecer la visita de los turistas. Fondo José M.ª Arenas Bara_00469. FDPH. 


Durante los años sesenta y setenta hubo un aumento continuado de visitantes que fue cambiando el perfil tradicional del visitante regional. El eco de los Festivales folklóricos celebrados en Jaca y el auge del turismo ligado a la nieve rompió con la estacionalidad, que limitaba la presencia del turista a la primavera y al verano, ampliándola al resto del año; de la misma manera comenzaron a llegar con más frecuencia turistas de todas las partes de España y del extranjero. Era por diciembre de 1968 cuando Urbano García, director del Gran Hotel de Jaca y de la Hospedería de San Juan de la Peña, se felicitaba por ello: “La Hospedería se queda pequeña y creo necesario la construcción de un Parador Turístico para acoger todas las peticiones de alojamiento”. Pero  añadía que “a pesar del reciente asfaltado de la carretera por Bernués aún cree mucha gente que ir a San Juan de la Peña es empresa casi de montañeros o por lo menos para vehículos todo terreno”. (“Entrevistas”, Jacetania, diciembre 1968, C. Cenjor).


Jaqueses en el claustro del Monasterio Viejo, hacia 1936. Un sacerdote parece explicar a unos turistas que se habían desplazado desde Jaca la iconografía de los capiteles del claustro de San Juan de la Peña. Claustro en el que se aprecia con nitidez la restauración que, dirigida por Francisco Íñiguez, había concluido el año anterior. Foto Jesús Bretos.


Es inevitable, además de justo, recordar lo frecuente que era en esos años encontrar por los parajes de San Juan de la Peña a todo un personaje, Mosén Benito Solana Hernández. Cura párroco de Bernués y de unos cuantos pueblos de los alrededores y también de San Juan de la Peña. Cordial y alegre, no era difícil verlo con la sotana remangada, con mortero y llana en mano, reconstruyendo alguna iglesia de la redolada.


1994. Primero por la derecha, Mosen Benito Solana. Acto de celebración de  la llegada por segunda vez, desde la catedral de Valencia  al monasterio viejo de San Juan de Lapeña,  del Santo Grial.



 Era tal su empuje y determinación que, si por él hubiera sido, él mismo hubiera sustituido el arco de ladrillo que coronaba la puerta de entrada al monasterio Viejo por otro más noble y de piedra. Eran tiempos en los que el turista, al entrar en el interior del Monasterio Viejo, se estremecía y guardaba silencio; cuando, con los ornamentos litúrgicos imprescindibles, sin bancos para sentarse, sin poder quitarse uno el abrigo en el mes de junio por falta de algún cristal en los vanos de la nave de la iglesia, pero con la dignidad y la fe que trasmitían los fríos y desnudos sillares de los ábsides, Mosén Benito celebraba puntualmente su “Misa de una” todos los domingos y días festivos de los meses de junio, julio, agosto y parte de septiembre. Además, como poseedor de la llave del Monasterio no dudaba en mostrarlo a “importantes” visitantes nacionales y extranjeros. Eso sí, lo hacía algo avergonzado cuando tenía que desplazarse en coche con ellos, por el trecho intransitable de dos kilómetros de carretera sin asfaltar que por aquel entonces unía el monasterio Alto con el Viejo. (“Entrevistas” Jacetania, diciembre 1968, C. Cenjor). 


 Grupo de visitantes en San Juan de la Peña, hacia 1940. La apertura en 1931 de la carretera que, por Bernués, llegaba al Monasterio Alto representó un punto de inflexión en las visitas a San Juan de la Peña. Los automóviles habían sustituido a las caballerías. Desde entonces, se aceleraron y popularizaron de forma exponencial las visitas de los turistas. Foto J. Escartín Barlés_03191. FDPH. 


Eran momentos (en los años setenta) en los que se hacía constante una reivindicación también histórica: acceder al monasterio Viejo por una carretera asfaltada por el norte, por Santa Cruz de la Serós. El tan esperado acceso, el que verdaderamente abrió las puertas de par en par a San Juan de la Peña y el más utilizado en la actualidad, llegaría en 1981, cuando se asfaltaron los 7 kilómetros de pista forestal. Tras la apertura de la nueva carretera se puede hablar de un antes y un después en cuanto al número de visitantes. Turistas que, llegados de todos los lugares de España y del extranjero, cada vez más numerosos y doctos, demandaban un conocimiento más profundo del arte y de la historia, sobre todo en lo que respecta al Monasterio Viejo.


Juan Sarasa Benedé, el bigotes", 1948 


Concienciada la Administración Autonómica de ello, y sin dejar de reconocer la gran labor que en la conservación de los Monasterios habían realizado los guardas anteriores: Modesto Vozmediano y su hijo Dámaso (hasta 1912, año en que presentó su renuncia), así como Juan Sarasa Benedé “el bigotes” y su hijo Juan Sarasa Sabater (hasta 1984), se iba a ver cumplida aquella petición que hiciera Ricardo del Arco ya en 1918: “Venga aquí un guarda conservador oficial para los monumentos” ( HA, 18 sep. de 1918). Y así fue, la  Administración Autonómica sacó a concurso en 1984 la plaza de “Guarda de Monumentos” que fue obtenida por José Luis Solano. Desde entonces, con solvencia y pasión, este nuevo “guarda-guía” ha mostrado no solo los rincones y detalles más desconocidos de la historia y el arte del Monasterio, del que prácticamente hizo su segunda casa, sino que además ha seguido todos los aconteceres referidos a San Juan de la Peña a lo largo de 34 años de servicio.



Cargando la caballería, hacia 1940. Foto Jalón Ángel. La vida de los guardas del Monasterio no resultaba nada fácil en las primeras décadas del siglo XX. El relativo aislamiento y el costoso desplazamiento en caballerías a Santa Cruz de la Serós, unido a los bajos salarios que percibían, los obligaban en parte a autoabastecerse con un pequeño huerto y la cría de animales en un corralico.


Pero la proyección definitiva hacia el futuro y al turismo de masas adquirió una nueva dimensión cuando el Gobierno Autonómico presidido por Marcelino Iglesias apostó de forma decidida por convertir en un emblema turístico de Aragón a los Monasterios de San Juan de la Peña. En efecto, el 24 de septiembre de 2007, tras 4 años de obras, se inauguraba la tan ansiada recuperación del Monasterio Alto. Se habían invertido 25,1 millones de euros para crear una Hospedería de 4 estrellas con 25 habitaciones, dos centros de interpretación: uno sobre San Juan de la Peña y la vida de ambos Monasterios, y otro en la iglesia barroca que acoge el Centro de Interpretación del Reino de Aragón. Tras este nuevo impulso la afluencia de visitantes aumentó considerablemente, estabilizándose en una cifra anual de unas 100 000 visitas.

 

 Visitantes junto a la balsa situada en la pradera de San Indalecio, hacia 1930. Foto Jesús Bretos. Junto al inicio del paseo que hacia el sur conduce hasta las ruinas y al mirador de la ermita de Santa Teresa, se encuentra esta balsa de agua construida por los monjes con la finalidad de regar las huertas del Monasterio. Una balsa que cambia de aspecto y profundidad en función de las estaciones de año, y de la que se dice que se hizo con la profundidad necesaria para que un caballo pudiera nadar en ella.





                                                       BIBLIOGRAFÍA 


ARCO GARAY, Ricardo del. El real Monasterio de San Juan de la Peña.  Edición F. de las Heras. Jaca, 1919.

ARCO GARAY, Ricardo. Fotografías de Historia y arte 1914-1924. Ed. Diputación de Huesca. Zargoza, 2009.

HUNTINGTON, Archer Milton. A Note-Book in Northern Spain. G. P. Putnam´Sons, New York and London,1898.

LACASA LACASA, Juan. Crónica de San Juan de la Peña 1835-1992. Ed. Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Zaragoza, Aragón y Rioja. Zaragoza, 1992.

LABAÑA, Juan Bautista. Itinerario del  Reino de Aragón. Obra impresa por la Diputación Provincial de Zaragoza, 1895.

QUADRADO, José María y PARCERISA, Francisco Javier. Recuerdos y bellezas de España. Vol. II: Aragón, 1844. 

CARO BAROJA, Julio. Sobre el mundo ibérico pirenaico. Estudios vascos XVIII. Ed. Txertoa. San Sebastián, 1988.

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                              PERIÓDICOS

DH: Diario de Huesca

EN: El Noticiero (Zaragoza) 

EPA: El Pirineo Aragonés

HA: Heraldo de Aragón 

LU: La Unión

LVA: La Voz de Aragón