MIS COSAS DE JACA

Estas páginas van destinadas a todas aquellas personas que quieren a su ciudad, como me sucede a mí con la mía, Jaca. Hablaré, pues, de “mis cosas” esperando que alguna de ellas pueda ser también la tuya o, sencillamente, compartas mi afición por “colarme” entre el pequeño hueco que separa la memoria de la historia, lo general de lo particular o lo material de lo inmaterial. Estas “cosas de Jaca” están construidas a base de anécdotas , fotos de ayer y hoy, recuerdos y vivencias mías y de mis paisanos y de alguna que otra curiosidad, que me atrevo a reflexionar en voz alta. No es mi propósito, pues, ocuparme de los grandes temas de los que ya han tratado ilustres autores, es más bien lo contrario: quiero hacer referencia a rincones ocultos, héroes anónimos, huellas olvidadas, sendas por las que ya no se pasa, lugares que fueron un día centro de atención y hoy han sido relegados a la indiferencia, al olvido o al abandono; a unos escenarios donde se sigue representando la misma obra pero con otros actores.

martes, 30 de abril de 2019

VIAJERO FRANCÉS VISITA JACA UN PRIMER VIERNES DE MAYO DE 1838.


              

Dibujo del periódico jaqués "Ayer y Hoy", 1949. El morrión del conde es uno de los vestigios medievales conservados en  el Ayuntamiento.

       Han pasado nada menos que 181 años desde que este  viajero francés, que responde a las iniciales "D. G.", firmaba este artículo en el   "JOURNAL POLITIQUE ET LITTÉRAIRE DE TOULOUSE ET DE LA HAUTE-GARONNE". Su viaje, a lomos de caballería, lo adentra en España por el puerto del Somport para llegar a la ciudad de Jaca. Tan solo habían pasado 24 años del último episodio de la Guerra de la Independencia en Jaca. Aquel día, los soldados franceses habían rendido la Ciudadela a las compañías de Cazadores aragoneses, de Granaderos alaveses y Húsares de Navarra, pactando la retirada pacífica de los soldados de Napoleón hacia la frontera francesa.
 Los tiempos tampoco eran los más seguros para desplazarse. En pleno desarrollo de la Primera Guerra Carlista, y con las tropas  partidarias de D. Carlos acechando los alrededores, cualquier viajero sin una buena justificación era sospechoso de ser "faccioso". 
  La  impresión que nuestro romántico viajero tiene de España, a pesar de caer en alguno de los tópicos a los que solían recurrir sus colegas europeos, no excluye el valor documental que tiene la descripción que nos hace de su entrada a España por el Somport y, sobre todo, de la narración, en primera persona, de la conmemoración de aquel Primer Viernes de Mayo de 1838, en una ciudad de 3000 habitantes llamada Jaca. Celebración que, con la misma o mayor pasión con que la describe nuestro viajero, vamos a conmemorar el próximo viernes 3 de mayo de 2019.

 Había dejado atrás el risueño valle del Aspe, con sus reverdecidos bosques, sus praderas y sus numerosos pueblos; un lugar imponente se desplegaba ante mi vista a medida que avanzaba hacia Aragón. 
Las montañas se amontonaban, y la garganta estrecha donde muge "Le Gave" exhibía sus enormes bloques de rocas de piedra, viejos escombros de masas gigantescas que levantan todavía, con asombrosa altura, sus cimas pendientes y agrietadas como torres en ruinas. A veces estos bloques de la montaña se encuentran suspendidos a mil pies por encima del suelo. A cualquier sitio que se mire, en este desierto salvaje, se ve la naturaleza exuberante buscando una nueva extensión. Por todos los lugares se quiere desplegar la vida. Desde el humilde musgo que sube por el tronco de los árboles hasta 
la encina que se abre paso entre las rocas.

 Lescún, Valle del Aspe, Francia (Foto Sophie P.)

Miles de arbustos se amontonan al borde de los barrancos, e incluso nacen en las grietas de granito. No podría explicar bien las sensaciones que se sienten ante semejante espectáculo. La soledad de estos lugares, solamente interrumpida por el vuelo de un milano o el grito de los mirlos salvajes; el sordo murmullo de las fuentes; la sombra continua del fondo de los valle... el aspecto de esta vegetación transmite una profunda melancolía que nos oprime el corazón y sin embargo nos gusta.
 Cuando nos acercamos a la frontera de los dos Reinos, el telón cae, como tocado por una barita mágica. Un inmenso horizonte se abre: a las sombrías montañas de la vertiente septentrional le suceden masas de una enorme blancura. ¡Oh! estamos en el País de los Paladines y de los Moros... 

Candanchú, España (Foto F. Isasi)
 
Estas rocas, con cortes bruscos y regulares, fueron bien talladas por el gran sable de algún valeroso caballero. Solo pudo ser un mago de Arabia quien suspendiera en el aire la imagen de "esta ciudad oriental" con sus gigantescas murallas y sus peñascos; con sus mezquitas de altas cúpulas de mármol, con esbeltos minaretes que sobresalen como fantasmas; y estas grandes siluetas blancas, mudos habitantes de la ciudad encantada, que de vez encuando se elevan inmóviles, como transformados en piedra por el hechizo de un brujo...
La ilusión era completa y estuve mucho tiempo en un estado de embriaguez imposible de describir ante esas masas extrañas, que parecían formadas no por el efecto de la erosión sino por la mano de un genio de Oriente.
Estaba ante lo más alto del paso pirenaico. A medida que descendía al valle español el lugar volvía a tomar su primera apariencia.


 A la izquierda del naciente río Aragón y en primer plano, las ruinas del Monasterio y Hospital de de Santa Cristina de Somport. Según el Códex Calixtinus, en el siglo XIII llegó a ser uno de los tres hospitales más importantes de la cristiandad.


Lleg al nacimiento del río Aragón que no es más que un pequeño arroyo, dejando a mano derecha las ruinas de Santa Cristina, antiguo monasterio de hospitalarios, y los restos de un fuerte romano (Castillo de Candanchú) de los que apenas quedan unos vestigios. Un arriero, único cicerone al que yo pude consultar, me mostró enseguida toda su erudición... más lejos había una Ciudadela (Batería de Cod de Latrós, "Ladrones", levantada a mediados del siglo XVIII) construida durante la Guerra de la Independencia cuyas almenas, medio demolidas, amenazan el valle solitario. 

 
Todo me hacía recordar que dos Pueblos se unían allí y que había habido más de una rivalidad sangrienta entre la tierra que acababa de abandonar y la que mis pies pisaban. El suelo perdía su aridez, pero la vegetación era todavía salvaje. No había un solo palmo de terreno modelado por la mano del hombre; ni ninguna granja como las que adornaban el sombrío verdor de los montes del lado francés.

 Canfranc visto desde el sur, en 1920 (Foto Daniel Dufol Álvarez)
 Tras salir de uno de los recodos del camino llegué al primer pueblo español. Cannfranc es el primero desde hace muchos siglos; pues desde allí, en los primeros años de la era cristiana, partieron los fundadores de Olorón. A pesar de este respetable título, este pueblo, estrechamente encerrado entre dos cimas de montañas, nunca ha sido más importante de lo que es hoy.




Vista de Cancranc desde el norte


Pasé allí la noche y confieso que si el mal estado del camino me había hecho concebir una idea bastante triste de la civilización española, la manera en que me trataron en el Mesón me hizo apreciar muy favorablemente el el arte culinario de más allá de los montes. Pasando a Villanueva (Villanúa), pequeño pueblo rodeado de praderas y colinas fértiles, fui detenido por los carabineros (aduaneros españoles) de los que me libré pagando la "peceta" obligatoria.



 Vista de Villanúa


Tras tres horas de camino, a través de un país árido y montañoso fui sorprendido por un valle inmenso cerrado (de 10 a 15 leguas de largo, y al menos 2 de ancho) por un lado por una cadena de ricas montañas cubiertas de bosques y praderas; y por el otro, por los imponentes Pirineos, era la meseta de Jaca.



Vista de la ciudad de Jaca

La villa está situada en una elevación desde la que se domina toda la planicie. Está bordeada por un lado por el valle del río Aragón, que cerca de sus muralla gira hacia Navarra; y por el otro, por el valle del río Gas que, a una legua, se junta con el río Aragón.
Jaca, fortificada con buenas murallas, es una plaza Fuerte de Primer Orden. Se asegura que su Ciudadela encierra actualmente suficientes municiones como para soportar un año de asedio.Pero no es probable que las armas de D. Carlos (alusión a las Guerras Carlisas del momento) suponiendo que llegen allí osen jamás conquistarla. Punto clave en la comunicación entre España y Francia necesitaría para su conquista la concentración de un gran número de fuerzas cristinas. Se sabe que la villa no ha recibido alarma más que una sola vez.
 Entada de la Ciudadela de Jaca en 1920 (Foto D. Dufol Álvarez)




Grande fue mi aprieto cuando me vi obligado a franquear la puerta de la Ciudadela en medio de un grupo de soldados que guardaban la entrada: estaba sin pasaporte (en otra época me habría sentado en el hogar de alguno de estos milicianos para obtener ayuda y protección). Pero aquí... tuve una luminosa idea: corrí a encender mi cigarro y el del oficial de guardia; y gracias a este pacto mudo, convenido en el fuego sagrado, no tuve que responder a ninguna interpelación.

Entré y fue para mí una visión encantadora ver esa hilera de casas blancas y regulares, todas bordeadas con balcones de hierro, donde mil alegres paños flotaban al viento como en un día de fiesta.

 Interior de la Cidadela de Jaca. Construida por el rey Felipe II en1592

Me hacen saber que la villa de Jaca fue tomada por los moros en el año 716, pero que pronto fue reconquistada por el valiente conde Aznar junto con los habitantes de la ciudad y los montañeses de los alrededores, y que los moros se presentaron ante las murallas de jaca con 90000 hombres. Un acontecimiento memorable en los anales de Jaca. El conde Aznar, a la cabeza de los jaqueses y sus intrépidos vecinos de la montaña, fue al encuentro del enemigo en la confluencia del río Gas con el Aragón. Las mujeres, se quedaron dentro de la ciudad esperando con ansiedad el desenlace del combate. Pronto su impaciencia se hace insoportable, se organizan en orden de batalla, prestas a vencer o morir con sus padres, sus hijos y sus esposos.


 Las Tiendas. Espacio donde confluyen el río Aragón (derecha) y el o Gas (izquierda). Aquí, según la tradición, tuvo lugar la batalla entra cristianos y musulmanes.

Estas fieras amazonas aparecen sobre la colina que dominaba el campo de batalla, llenas de patriotismo, plenas de la energía pirenaica que les hacía hervir la sangre tan solo con pensar que podían caer en la esclavitud. Los cristianos ante esta visión, reaniman sus agotadas fuerzas; mientras que los musulmanes, creyendo ver que se aproximaba un inmenso cuerpo de reserva, se retiran en desbandada. El escuadrón femenino desciende por la colina y se lanza impetuosamente sobre los fugitivos, los rodea y hace con ellos una horrible carnicería. Pocos musulmanes escaparán en esta terrible jornada. Los que no fueron inmolados por por el hacha de los españoles, fueron engullidos por las bravas aguas crecidas por la primavera.  Se encuentran sobre el campo de batalla las cabezas coronadas de cuatro reyes moros, que la ciudad conserva en sus armarios.


 "LA CIUDAD GUARDA UN RECUERDO FIEL DE ESTA MEMORABLE VICTORIA"

 En el campo de batalla que aún se conserva con el nombre de "Las Tiendas", cada año, el primer viernes de mayo, día  en el que tuvo lugar el gran evento según la crónica, es para Jaca una fiesta solemne. Las autoridades eclesiásticas y seculares, seguidas de una multitud incontable del pueblo, van en procesión a la iglesia de la Victoria , construida en tiempos inmemoriales, en lo alto de la colina donde el escuadrón de las mujeres apareció por primera vez.


   En el llano, a 2 kilometros de Jaca y a unos 800 metros del lugar de  la batalla, se encuentra la ermita de la Victoria, antigua Santa Mª de Mocorones. Fue levantada para conmemorar el triunfo jaqués sobre los musulmanes. A ella siguen acudiendo los jacetanos, puntualmente, en romería, todos los  Primeros Viernes de Mayo.

El cortejo estaba precedido de un escuadrón de hombres armados, a los que ese día les pagaban las arcas del tesoro público. Le siguen las cuatro cabezas de los reyes moros, izadas en lo alto de largas picas. Al final, uno de los miembros de la municipalidad, vestido con una larga capa de seda carmesí, llevaba la bandera de armas de la ciudad, alrededor de la cual se leen estas palabras " Christus vincit, Christus imperat, Christus regnat, Christus ab imni malo nos defendat".
A veces, para ser lo más fiel posible a la tradición, los devotos se dividen en dos grupos y pelean entre ellos, rudamente, con las manos, en el mismo escenario de la batalla; y de la villa llega una nueva tropa de hombres disfrazados de mujeres. Entonces los moros huyen en desbandada, pues los cristianos los persiguen sin misericordia. Al final, después de una gran exhibición de fuerza y acciones de choque, nadie tiene que lamentar daños; los vencedores dejan algunos infieles tendidos sobre el suelo, llevando a otros prisioneros, y van a celebrar su triunfo "empinando el codo".

(Traducido del francés por V.M.)


   
        

VIAJERO FRANCÉS VISITA JACA UN PRIMER VIERNES DE MAYO DE 1838


              
Dibujo publicado en el periódico jaqués Ayer y Hoy de 1949. El morrión que lleva el conde Aznar se encuentra, entre los legados del pasado, en el Ayuntamiento de Jaca




       Han pasado nada menos que 181 años desde que este  viajero francés, que responde a las iniciales "D. G.", firmaba este artículo en el   "JOURNAL POLITIQUE ET LITTÉRAIRE DE TOULOUSE ET DE LA HAUTE-GARONNE". Su viaje, a lomos de caballería, lo adentra en España por el puerto del Somport para llegar a la ciudad de Jaca. Tan solo habían pasado 24 años del último episodio de la Guerra de la Independencia en Jaca. Aquel día, los soldados franceses habían rendido la Ciudadela a las compañías de Cazadores aragoneses, de Granaderos alaveses y Húsares de Navarra, pactando la retirada pacífica de los soldados de Napoleón hacia la frontera francesa.
 Los tiempos tampoco eran los más seguros para desplazarse. En pleno desarrollo de la Primera Guerra Carlista, y con las tropas  partidarias de D. Carlos acechando los alrededores, cualquier viajero sin una buena justificación era sospechoso de ser "faccioso". 
  La  impresión que nuestro romántico viajero tiene de España, a pesar de caer en alguno de los tópicos a los que solían recurrir sus colegas europeos, no excluye el valor documental que tiene la descripción que nos hace de su entrada a España por el Somport y, sobre todo, de la narración, en primera persona, de la conmemoración de aquel Primer Viernes de Mayo de 1838, en una ciudad de 3000 habitantes llamada Jaca. Celebración que, con la misma o mayor pasión con que la describe nuestro viajero, vamos a conmemorar el próximo viernes 3 de mayo de 2019.

 Había dejado atrás el risueño valle del Aspe, con sus reverdecidos bosques, sus praderas y sus numerosos pueblos; un lugar imponente se desplegaba ante mi vista a medida que avanzaba hacia Aragón. 
Las montañas se amontonaban, y la garganta estrecha donde muge "Le Gave" exhibía sus enormes bloques de rocas de piedra, viejos escombros de masas gigantescas que levantan todavía, con asombrosa altura, sus cimas pendientes y agrietadas como torres en ruinas. A veces estos bloques de la montaña se encuentran suspendidos a mil pies por encima del suelo. A cualquier sitio que se mire, en este desierto salvaje, se ve la naturaleza exuberante buscando una nueva extensión. Por todos los lugares se quiere desplegar la vida. Desde el humilde musgo que sube por el tronco de los árboles hasta 
la encina que se abre paso entre las rocas.

 Lescún , Valle del Aspe, Francia. (F.Shofie P)

Miles de arbustos se amontonan al borde de los barrancos, e incluso nacen en las grietas de granito. No podría explicar bien las sensaciones que se sienten ante semejante espectáculo. La soledad de estos lugares, solamente interrumpida por el vuelo de un milano o el grito de los mirlos salvajes; el sordo murmullo de las fuentes; la sombra continua del fondo de los valle... el aspecto de esta vegetación transmite una profunda melancolía que nos oprime el corazón y sin embargo nos gusta.
 Cuando nos acercamos a la frontera de los dos Reinos, el telón cae, como tocado por una barita mágica. Un inmenso horizonte se abre: a las sombrías montañas de la vertiente septentrional le suceden masas de una enorme blancura. ¡Oh! estamos en el País de los Paladines y de los Moros... 

Candanchú, España (Foto F. Isasi)
 

Estas rocas, con cortes bruscos y regulares, fueron bien talladas por el gran sable de algún valeroso caballero. Solo pudo ser un mago de Arabia quien suspendiera en el aire la imagen de "esta ciudad oriental" con sus gigantescas murallas y sus peñascos; con sus mezquitas de altas cúpulas de mármol, con esbeltos minaretes que sobresalen como fantasmas; y estas grandes siluetas blancas, mudos habitantes de la ciudad encantada, que de vez encuando se elevan inmóviles, como transformados en piedra por el hechizo de un brujo...
La ilusión era completa y estuve mucho tiempo en un estado de embriaguez imposible de describir ante esas masas extrañas, que parecían formadas no por el efecto de la erosión sino por la mano de un genio de Oriente.
Estaba ante lo más alto del paso pirenaico. A medida que descendía al valle español el lugar volvía a tomar su primera apariencia.


 A la izquierda del naciente Río Aragón y en primer plano las ruinas del Monasterio y Hospital de de Santa Cristina de Somport . Según el Códex Calixtinus, en el siglo XIII , llegó a ser uno de los tres hospitales más importantes de la cristiandad.


Lleg al nacimiento del río Aragón que no es más que un pequeño arroyo, dejando a mano derecha las ruinas de Santa Cristina, antiguo monasterio de hospitalarios, y los restos de un fuerte romano (Castillo de Candanchú) de los que apenas quedan unos vestigios. Un arriero, único cicerone al que yo pude consultar, me mostró enseguida toda su erudición... más lejos había una Ciudadela (Batería de Cod de Latrós, "Ladrones", levantada a mediados del siglo XVIII) construida durante la Guerra de la Independencia cuyas almenas, medio demolidas, amenazan el valle solitario. 

Vista de Cancranc desde el norte
  

Todo me hacía recordar que dos Pueblos se unían allí y que había habido más de una rivalidad sangrienta entre la tierra que acababa de abandonar y la que mis pies pisaban. El suelo perdía su aridez, pero la vegetación era todavía salvaje. No había un solo palmo de terreno modelado por la mano del hombre; ni ninguna granja como las que adornaban el sombrío verdor de los montes del lado francés.



 Tras salir de uno de los recodos del camino llegué al primer pueblo español. Cannfranc es el primero desde hace muchos siglos; pues desde allí, en los primeros años de la era cristiana, partieron los fundadores de Olorón. A pesar de este respetable título, este pueblo, estrechamente encerrado entre dos cimas de montañas, nunca ha sido más importante de lo que es hoy.



 Canfranc vista desde el Sur en 1920 ( F.Daniel Dufol Álvarez)


Pasé allí la noche y confieso que si el mal estado del camino me había hecho concebir una idea bastante triste de la civilización española, la manera en que me trataron en el Mesón me hizo apreciar muy favorablemente el el arte culinario de más allá de los montes. Pasando a Villanueva (Villanúa), pequeño pueblo rodeado de praderas y colinas fértiles, fui detenido por los carabineros (aduaneros españoles) de los que me libré pagando la "peceta" obligatoria.



 Vista de Villanúa





Tras tres horas de camino, a través de un país árido y montañoso fui sorprendido por un valle inmenso cerrado (de 10 a 15 leguas de largo, y al menos 2 de ancho) por un lado por una cadena de ricas montañas cubiertas de bosques y praderas; y por el otro, por los imponentes Pirineos, era la meseta de Jaca.



Vista de la ciudad de Jaca
La villa está situada en una elevación desde la que se domina toda la planicie. Está bordeada por un lado por el valle del río Aragón, que cerca de sus muralla gira hacia Navarra; y por el otro, por el valle del río Gas que, a una legua, se junta con el río Aragón.
Jaca, fortificada con buenas murallas, es una plaza Fuerte de Primer Orden. Se asegura que su Ciudadela encierra actualmente suficientes municiones como para soportar un año de asedio.Pero no es probable que las armas de D. Carlos (alusión a las Guerras Carlisas del momento) suponiendo que llegen allí osen jamás conquistarla. Punto clave en la comunicación entre España y Francia necesitaría para su conquista la concentración de un gran número de fuerzas cristinas. Se sabe que la villa no ha recibido alarma más que una sola vez.
 Ciudadela de Jacaen 1920 ( F. Daniel Dufol Álvarez)




Grande fue mi aprieto cuando me vi obligado a franquear la puerta de la Ciudadela en medio de un grupo de soldados que guardaban la entrada: estaba sin pasaporte (en otra época me habría sentado en el hogar de alguno de estos milicianos para obtener ayuda y protección). Pero aquí... tuve una luminosa idea: corrí a encender mi cigarro y el del oficial de guardia; y gracias a este pacto mudo, convenido en el fuego sagrado, no tuve que responder a ninguna interpelación.

Entré y fue para mí una visión encantadora ver esa hilera de casas blancas y regulares, todas bordeadas con balcones de hierro, donde mil alegres paños flotaban al viento como en un día de fiesta.

 Interior de la Cidadela de Jaca

Me hacen saber que la villa de Jaca fue tomada por los moros en el año 716, pero que pronto fue reconquistada por el valiente conde Aznar junto con los habitantes de la ciudad y los montañeses de los alrededores, y que los moros se presentaron ante las murallas de jaca con 90000 hombres. Un acontecimiento memorable en los anales de Jaca. El conde Aznar, a la cabeza de los jaqueses y sus intrépidos vecinos de la montaña, fue al encuentro del enemigo en la confluencia del río Gas con el Aragón. Las mujeres, se quedaron dentro de la ciudad esperando con ansiedad el desenlace del combate. Pronto su impaciencia se hace insoportable, se organizan en orden de batalla, prestas a vencer o morir con sus padres, sus hijos y sus esposos.


 Las Tiendas. Espacio donde confluyen el río Aragón (derecha)  y el Rio Gas (izquierda). Aquí es donde según la tradición tuvo lugar la batalla entra los cristianos y los musulmanes.

Estas fieras amazonas aparecen sobre la colina que dominaba el campo de batalla, llenas de patriotismo, plenas de la energía pirenaica que les hacía hervir la sangre tan solo con pensar que podían caer en la esclavitud. Los cristianos ante esta visión, reaniman sus agotadas fuerzas; mientras que los musulmanes, creyendo ver que se aproximaba un inmenso cuerpo de reserva, se retiran en desbandada. El escuadrón femenino desciende por la colina y se lanza impetuosamente sobre los fugitivos, los rodea y hace con ellos una horrible carnicería. Pocos musulmanes escaparán en esta terrible jornada. Los que no fueron inmolados por por el hacha de los españoles, fueron engullidos por las bravas aguas crecidas por la primavera.  Se encuentran sobre el campo de batalla las cabezas coronadas de cuatro reyes moros, que la ciudad conserva en sus armarios.


 "LA CIUDAD GUARDA UN RECUERDO FIEL DE ESTA MEMORABLE VICTORIA"

 En el campo de batalla que aún se conserva con el nombre de "Las Tiendas", cada año, el primer viernes de mayo, día  en el que tuvo lugar el gran evento según la crónica, es para Jaca una fiesta solemne. Las autoridades eclesiásticas y seculares, seguidas de una multitud incontable del pueblo, van en procesión a la iglesia de la Victoria , construida en tiempos inmemoriales, en lo alto de la colina donde el escuadrón de las mujeres apareció por primera vez.


  Todavía en el llano, a 2 kilometros de Jaca y unos 800 metros del lugar de  la batalla, se encuentra la ermita de la Victoria, primitiva de Santa Mª de Mocorones.  A este lugar  acuden los jacetanos a conmemorar el triunfo del Primer Viernes de Mayo.

El cortejo estaba precedido de un escuadrón de hombres armados, a los que ese día les pagaban las arcas del tesoro público. Le siguen las cuatro cabezas de los reyes moros, izadas en lo alto de largas picas. Al final, uno de los miembros de la municipalidad, vestido con una larga capa de seda carmesí, llevaba la bandera de armas de la ciudad, alrededor de la cual se leen estas palabras " Christus vincit, Christus imperat, Christus regnat, Christus ab imni malo nos defendat".
A veces, para ser lo más fiel posible a la tradición, los devotos se dividen en dos grupos y pelean entre ellos, rudamente, con las manos, en el mismo escenario de la batalla; y de la villa llega una nueva tropa de hombres disfrazados de mujeres. Entonces los moros huyen en desbandada, pues los cristianos los persiguen sin misericordia. Al final, después de una gran exhibición de fuerza y acciones de choque, nadie tiene que lamentar daños; los vencedores dejan algunos infieles tendidos sobre el suelo, llevando a otros prisioneros, y van a celebrar su triunfo "empinando el codo".

(Escrito en francés y traducido por V.M.)