MIS COSAS DE JACA

Estas páginas van destinadas a todas aquellas personas que quieren a su ciudad, como me sucede a mí con la mía, Jaca. Hablaré, pues, de “mis cosas” esperando que alguna de ellas pueda ser también la tuya o, sencillamente, compartas mi afición por “colarme” entre el pequeño hueco que separa la memoria de la historia, lo general de lo particular o lo material de lo inmaterial. Estas “cosas de Jaca” están construidas a base de anécdotas , fotos de ayer y hoy, recuerdos y vivencias mías y de mis paisanos y de alguna que otra curiosidad, que me atrevo a reflexionar en voz alta. No es mi propósito, pues, ocuparme de los grandes temas de los que ya han tratado ilustres autores, es más bien lo contrario: quiero hacer referencia a rincones ocultos, héroes anónimos, huellas olvidadas, sendas por las que ya no se pasa, lugares que fueron un día centro de atención y hoy han sido relegados a la indiferencia, al olvido o al abandono; a unos escenarios donde se sigue representando la misma obra pero con otros actores.

lunes, 12 de junio de 2023

SAN JUAN DE LA PEÑA 2. DE LOS CAMINOS DE HERRADURA A LA LLEGADA DE LOS PRIMEROS TURISRAS



DE LOS CAMINOS DE HERRADURA A LA LLEGADA DE LOS PRIMEROS TURISTAS 





La altura a la que se encuentra, los empinados barrancos, la espesa vegetación y las murallas naturales de conglomerados nunca hicieron fácil el acceso a San Juan de la Peña, pero fue precisamente esta naturaleza salvaje la que garantizó durante siglos su protección e independencia. Baste recordar al respecto cómo el guerrillero de Embún Miguel Sarasa eligió dichos parajes para hacer de ellos su fortín y defenderse de las tropas napoleónicas en julio de 1909. Sin embargo, esto no fue obstáculo para que esforzados viajeros, del siglo XIX y principios del XX, movidos bien por la curiosidad intelectual o por mero placer aventurero, se acercaran a los Monasterios. 





Ahora bien, ¿cómo llegaban hasta allí? Las comodidades de las que disponemos hoy para desplazarnos hacen costoso ponernos en su lugar. Pero sería conveniente recordar que reyes, abades, monjes, lugareños, devotos en romerías... durante siglos y hasta 1931 acudieron con los mismos medios: a pie o en caballerías.


De Santa Cruz de la Serós a San Juan de la Peña por el camino de herradura, 1917. El autor de la fotografía, Daniel Dufol Álvarez, hizo una breve pausa para, en un recodo de la senda, desde su montura, con el pueblecito de Santa Cruz de la Serós al fondo, tomar esta instantánea. Los jinetes y los dos espoliques de casa Jusepe de Santa Cruz remontan el camino hacia las empinadas y peligrosas cuestas de la Galochera o Escalar que los conducirán, en una hora, al  Monasterio Alto.


Nos puede acercar a esa forma ancestral de acceder a San Juan de la Peña lo que nos cuenta en El Pirineo Aragonés, en abril de 1896, el coronel de artillería historiador y académico Mario de Sala Valdés: 

Tres caminos existen para subir a San Juan de la Peña, el primero por Anzánigo, hay que salir en el tren de las 2 de la tarde, emplear hora y media en el trayecto a dicho pueblo, coger en él las caballerías y subir la sierra dirigiéndose por Botaya al Monasterio Alto, para lo que se tarda de tres a cuatro horas. Es el camino mejor, pero el más largo y así es posible  visitar los dos monasterios en un mismo día. El segundo, por el barranco de Atarés, accidentado y áspero, exige el empleo de una hora de coche (de caballos) y dos y media de mulo. El tercero, por la Venta de Esculabolsas y el Escalar, es el peor de todos, pero el más breve. Se llega a la Venta en carruaje en 5 cuartos de hora, y teniendo allí los mulos preparados solo se tarda hora y media en subir al monasterio Alto”.



 Y continúa: “Como no queríamos pernoctar en este, fue el tercer camino el elegido. El 23 de agosto efectuamos la expedición bien provistos de municiones de boca. A las cinco de  la mañana salíamos en carruaje por la carretera de Pamplona siguiendo la orilla izquierda del río Aragón y a las seis y cuarto estábamos en la venta de Esculabolsas donde los mulos procedentes de Santa Cruz llegaron con retraso, a las 8 h. Los mulos viejos y acostumbrados trepaban por estas asperezas sin dar un mal paso. Al principio fuimos un cuarto de hora por la rambla de Santa Cruz; luego principiamos a subir por una senda pedregosa que acentúa su desnivel hasta llegar a la Galochera o Escalar en que la pendiente es más pronunciada y el paso peligroso al borde de grandes precipicios entre hayas, fresnos, encinas, pinares, boj, acebo, matas de fresa, olorosos chordones y toda clase de plantas medicinales.



Idéntico camino fue el que recorrió el hispanista y mecenas de Sorolla  Archer M. Huntington, estadounidense fundador de la Hispanic Society of America cuando, poco antes, en 1892, tras visitar Jaca y Panticosa, acompañado del  jaqués Leopoldo, cogió la diligencia (probablemente “La Sangüesina” que tenía su salida en el Portal de San Francisco de Jaca) que lo conduciría a Esculabolsas, donde el ventero ponía a disposición de los viajeros mulo o mula y guía de calzón corto, por 5 pesetas. Llegado a lo alto, Archer M. Huntington, tras describir con detenimiento la historia y los monumentos, realizó 7 fotografías (Huntington, 1898,198-215). 



Instantáneas tomadas en 1913 por el prestigioso oftálmologo
jaqués, sentado en el centro, y sus paisanos y amigos hermanos Lacasa

 Sin automóviles y sin carreteras, aquellos atrevidos turistas que llegaban a San Juan de la Peña solían ser de cercanías. En este caso, con el fondo de la impresionante cubierta de roca y la capilla barroca de San Voto, el jaqués Benito Langa Berbiela (el segundo a la izquierda, sentado) con su esposa Teófila Del Hoyo Paúles (la primera a la izda., de pie), familia y amigos posan en la arquería del claustro del Monasterio Viejo. Foto F. de las Heras, cedida por Margarita Langa Albertín. 


Por el segundo camino, el de Atarés, pasando por Santa Cruz de la Serós, probablemente el más utilizado en el medievo, pasó Juan Bautista Labaña  en 1610, ubicando el Monasterio a dos leguas y media de Jaca; lo mismo que José María Quadrado quien nos advierte de la torre que vigila la entrada al valle de Atarés, hoy llamada "Torre del Moro" o “Torre de Santa Cruciella”:  “Entre densos matorrales asoma en el lado de un cerro la cuadrada torre que llaman Torraza, cuya destrozada frente conserva todavía un elegante ajimez” (Quadrado,1844,191). Por este mismo trayecto, pero en sentido contrario, descendió de San Juan, en 1903, el rey Alfonso XIII con una comitiva de 80 o 90 jinetes.







 Las  instantáneas nos muestran distintos momentos del viaje  de Alfonso XIII a S. J. de la Peña. Fotos publicadas en Nuevo Mundo y ABC en 1903 Y parte del discurso que Juan Moneva y Puyol, de espaldas le dirige a su majestad. 


Pero sigamos a  Mario de Sala Valdés, que no era el primer visitante que llegaba al Monasterio Alto y lamentaba su amenaza de ruina. Habían pasado unos 60 años desde que los monjes se vieron obligados a desalojar el Monasterio Alto, y Mario contemplaba los resultados del abandono: 

… brechas en los tejados, podredumbres de enmaderados, hundimiento de las paredes y bóvedas amenazando derrumbamientos... En la amplia portería conocimos al incomparable Modesto, veterano de talla erguida y plateados bigotes, antiguo y actual guardián que enamorado de las ruinas cobraba con puntualidad su pobre salario cuando el Real Monasterio estaba a cargo de la Diputación oscense; pero desde que en 1889 el insigne cenobio mereció que el gobierno lo declarase Monumento Nacional, no ha recibido un sólo céntimo aquel hombre excelente que, después de 5 años de dieta absoluta, vive de milagro... y no deserta. (En efecto, Modesto Vozmediano, el buen guardián, murió a principios del año de 1895, cuando empezaba a cobrar, y su viuda, Jerónima Toyas falleció 2 años después en el mismo Monasterio). 


 Benito Langa Berbiela (sentado en el centro) junto a su esposa  Teófila Del Hoyo Paúles (sentada a su lado), con sus familiares y amigos. Llegado el momento del almuerzo, se disponen a comer bajo uno de los dos robles centenarios, de unos 370 años, que todavía existen en la Pradera junto al Monasterio Alto. En este caso en el “cajico” de Botaya, así llamado por tener los habitantes de este pueblo el privilegio de poder comer bajo su sombra el día en que se celebra la tradicional romería de San Indalecio, desde 1187. De la misma forma lo hacen los de Santa Cruz de la Serós en el otro roble que queda más alejado. Foto F. de las Heras, cedida por Margarita Langa Albertín.


Fue en las dos primeras décadas del siglo XX cuando comenzó a aparecer un visitante de cercanías, de Huesca, Jaca y Zaragoza, que se acercaba a San Juan de la Peña no tanto con la intención de explorar y loar aquellas ruinas, sino con la determinación de hacer algo por ellas. A todos ellos, a los que bien podemos calificar de “turistas militantes”, les embargaba una especie de obligación moral, semejante a la de aquel que no quiere ver “espaldada” la casa de sus antepasados. Eran en su mayoría personas con responsabilidades políticas, eclesiásticas o destacados académicos y escritores: ateneístas de Zaragoza como Juan Moneva y Patricio Borobio; prelados de Jaca como Manuel Castro Alonso y el Deán del Cabildo Dámaso Sangorrín, con su erudito trabajo “Ni Covadonga ni Galión”; políticos como el alcalde de Jaca Antonio Pueyo y diputados como Gavín y Lacasa Sánchez Cruzat; catedráticos y escritores como Ricardo del Arco. con su libro El real Monasterio de San Juan de la Peña; Benigno Baratech, Luis Mur,  Domingo Miral y Mariano Cavia, entre otros. ¡Al fin algo nuevo! Algo que no respirara abandono y ruina, algo que atrajera al visitante. En definitiva, algo que diera esperanza de futuro a San Juan de la Peña. 

 Excursionistas a caballo en en la Pradera de San Indalecio, 1920. Instantánea tomada junto a la destartalada vivienda del guarda del Monasterio. Entre los cuatro atrevidos jinetes, de izquierda a derecha, observamos al incansable defensor y admirador de los monasterios Ricardo del Arco, a Luis Mur Ventura, a Gregorio Castejón, al guarda de San Juan de la Peña y a Manuel Casanova. Foto Fondo Ricardo del Arco. Placa de vidrio, 9 x 12 cm, FDPH. 


Aunque no fue hasta 1915 cuando aquellos pioneros viajeros-turistas pudieron acomodarse, con cierto decoro, en una coqueta casa de ladrillo, aislada, en plena llanura de San Indalecio y próxima al ala sur del monasterio Alto, la Casa Forestal. Casa que también, además de cobijar a los vigilantes y cuidadores del monte, sirvió con posterioridad como vivienda a los guardias de los Monasterios, que venían haciendo su vida entre un destartalado edificio con corrales situado junto al lado izquierdo de la entrada del Monasterio Alto y un pabellón del convento cedido por la Comisión de Monumentos. 


  Casa de forestales,1914. En esta casa, aislada en plena llanura de San Indalecio, descansó antes de regresar a Zaragoza, a principios de septiembre de 1934, el presidente de la República Niceto Alcalá  Zamora cuando visitó San Juan de la Peña. Foto Nicolás Viñuales: Fondo Hermanos Viñuales _00422, FDPH.    


De corto recorrido, pero plena de entusiasmo, fue la iniciativa que apareció en primera plana en el periódico local La Unión el 3 de abril de 1919, firmada por “Paquito de la Montaña”, seudónimo que ocultaba al escolapio, maestro y licenciado en Filosofía padre Otal. “Por la restauración de San Juan de la Peña”. “Solemne asamblea para esta tarde a las seis”. En ella, el Ayuntamiento de Jaca invitaba a todas la fuerzas vivas a una asamblea, en el Salón de Sesiones de la Casa Consistorial, para formar una “Junta de Protección a San Juan de la Peña”, y el autor  hacía un llamamiento a todas las clases sociales, corporaciones y entidades del  Reino, abriendo una suscripción Regional y solicitando un óbolo de todos los Ayuntamientos de Aragón, de todos los Centros y Corporaciones y recabando el apoyo de todos los diputados y senadores del Reino para alcanzar del Gobierno la mayor de las  subvenciones.


 Notables jacetanos y oscenses, afines a la “Junta de Protección a San Juan de la Peña,” en visita “patriótica,”  juran fidelidad a la obra de los Monasterios en el altar del Monasterio Nuevo, 1920. De Jaca: Antonio Pueyo, Juan Lacasa Sánchez- Cruzat, Fausto Abad y los padres escolapios, Aurelio, Fernando y Juan Otal. De Huesca: Ricardo del Arco, Benigno Baratech, Luis Mur y Pastor, entre otros. Foto Archivo de la Real Hermandad de San Juan de la Peña. 


 A esta llamada respondió positivamente la Comisión provincial de Monumentos Históricos y Artísticos de Huesca y El Diario de Huesca, que iniciaba la suscripción con la aportación de 50 pesetas, de su propio bolsillo, del catedrático de instituto Luis Mur. Los promotores de la Junta se hicieron una foto simbólica en el altar del Monasterio Nuevo, ante el que semejan jurar fidelidad a la obra de restauración de los Monasterios. Y el verdadero impulsor y alma mater de aquella Junta, compuesta en su mayoría por próceres de la ciudad de Jaca y Huesca, que no era otro que el ya citado padre Otal, inició también una suscripción pública en El Noticiero de Zaragoza, del cual era corresponsal, gracias a la que: “Conseguimos algún dinero con el cual se compró madera y pudimos pagar la mano de obra... consiguiendo, tan solo, retardar unos años el desplome de la techumbre de San Juan Alto”. Esto comentaba él mismo, 48 años después, a un ex-alumno suyo sobre aquella campaña “pro San Juan” que él mismo ideó:

 Te recuerdo cómo, tú y tus compañeros escolares, aceptasteis mi invitación para crear ambiente escribiendo con clarión en los bancos de las desaparecidas murallas de Jaca y en el paseo aquella frase ¡VISITE VS. SAN JUAN DE LA PEÑA!  Algo había que hacer a este respecto, cuando no existía mas que la prensa semanal (“San Juan  de la Peña, medio siglo atrás”, Jacetania, diciembre de 1968, A. Villacampa).  




 Foto Daniel Dufol Álvarez.Sacerdote en la arquería norte del claustro de San Juan de la Peña, 1917. Las visitas y la implicación del clero en las reivindicaciones para la restauración de los Monasterios se hicieron manifiestas desde las primeras décadas del siglo XX. En este caso, y ante tan sobrecogedor marco, un sacerdote parece estar concentrado en la lectura sentado entre el capitel de “El sueño de San José” y el de “Los Reyes Magos ante Herodes”, en ese momento colocados de forma distinta a como podemos verlos en la actualidad.  


Así las cosas, de gran trascendencia para la divulgación turística de San Juan fue la labor realizada poco después por el Sindicato de Iniciativa y Propaganda de Aragón (SIPA), cuando en 1925, a imitación de lo que habían hecho numerosas localidades francesas en el siglo XIX, empezaron a poner en valor el “turismo autóctono”, tanto a nivel comarcal como regional, apoyándolo con su revista Aragón Turístico y Monumental. Tal es así que en sus primeros años de vida pocos son los números de la revista en los que no aparece alguna nota o artículo referente a estos lugares. Pronto dejaría constancia el SIPA de su decidida apuesta por hacer de San Juan de la Peña su icono turístico. Y lo haría, en este caso, incidiendo en el valor de su ubicación y en el de su entorno paisajístico. Muestra inequívoca fue la realización y posterior inauguración, el día 25 de julio de 1926, festividad de Santiago, de una mesa de orientación que, en palabras de Andrés Cenjor Llopis, era la “primera que existe en España”. El mismo Llopis nos narra las peripecias de aquel hecho en el periódico La Unión del  29 de julio de 1926: 

Salimos de Jaca entre 6 y 7 de la mañana. En Santa Cruz nos esperaban caballerías y tras 1 hora de cuesta llegamos al monasterio Nuevo; tomamos unos exquisitos bocadillos y vino de  Cariñena. A continuación marchamos a la inauguración de la mesa costeada y regalada por el SIPA. Consiste en un tablero semicircular de mármol, construido de manera que, colocado el observador en el centro de su diámetro no tiene más que seguir con la vista la dirección marcada por una líneas negras indicadoras del monte que a lo lejos se divisa con su nombre y altura. Ha sido dibujada por el Sr. Uceda Arquitecto Municipal de Huesca, el mármol trabajado por don Joaquín Beltrán de Zaragoza y el basamento de piedra, estilo románico, por don Francisco Sorribas, artista de Zaragoza. 

La mesa se colocó en el Balcón del Pirineo, uno de los miradores de San Juan, lugar cuya belleza sobrecoge a los visitantes. Efectivamente, hoy como ayer, desde ese punto se contempla una de las vistas más sobrecogedoras del Pirineo Central, que tampoco pasó desapercibida al ilustre antropólogo e historiador Julio Caro Baroja, quien afirmó:


Esta labor de propaganda del SIPA respecto a San Juan se verá reforzada tras la inauguración, el 3 de julio de 1927, de la  Universidad  Internacional de Zaragoza en Jaca y sus cursos de verano para extranjeros. Efectivamente, su principal promotor y catedrático, el cheso Domingo Miral, amante de los venerables cenobios de San Juan, contagió con su entusiasmo a todos los alumnos de aquellos cursos de verano, de tal forma que entre las actividades de la Universidad no faltó ningún año una excursión a los monasterios de San Juan, ampliando así de manera exponencial su divulgación internacional. 



 Niños en el Balcón del Pirineo, hacia 1930. En  junio de 1985 un acto vandálico destruyó la mesa y la ilusión de sus constructores, pero al año siguiente, en julio de 1986, gracias a la labor de los guardas de montes, que recogieron los fragmentos de la mesa rota, junto con el hoy ya jubilado José Luis Solano, que además pasó a papel todos los datos de la misma, se pudo confeccionar una tablero de mármol similar al anterior. El entonces Príncipe Felipe regaló esta nueva mesa, que es la que se puede contemplar en la actualidad. Foto Jesús Bretos.


Y aunque parezca increíble, es cierto que, a pesar de las dificultades de acceso, pues se debía ascender por los tradicionales senderos medievales, aquel verano de 1927 quedó constancia, en el álbum de firmas que existía en la Casa Forestal, de la rúbrica de 300 visitantes, entre ellos bastantes también procedían de excursiones de montañeros Aragoneses, organizadas desde Zaragoza. (La Voz de Aragón. Enrique Cuevas,1927).

Pero, a pesar de ello y de los esfuerzos encomiables por restaurar los Monasterios, seguía siendo difícil su visita. Había un inconveniente que impedía sacar a San Juan de la Peña de su aislamiento medieval todavía por caminos de herradura. No eran solo obstáculos económicos los que congelaban un acceso rápido y moderno, pues cuestiones de estrategia militar, y al parecer importantes para el Ramo de la Guerra, lo impedían. Los estrategas militares consideraban que  construir una carretera que llegara a la altura de 1255 metros daría el control artillero, en una posible invasión francesa, a toda la Canal de Berdún. Una cuestión esta que comenzó a cambiar de signo con el Gobierno de Primo de Rivera, al iniciarse serios adelantos para realizar el tan esperado acceso por carretera. Habría que esperar hasta el 12 de julio de 1931. Ese día se inaugurarían los 8 kilómetros que unirían Bernués con el monasterio Alto, según el proyecto del ministerio de obras públicas aragonesas de 1925, redactado por  el ingeniero Joaquín Cajal Lasala. 


Día de la Inauguración de la Carretera por Bernués. Foto, Ildefonso Sa Agustín


“Un guarda con cayada y bandolera indica la bifurcación de la carretera. Por allí, a Jaca. Por aquí, a San Juan de la Peña, sin cabalgar sobre rocín, sin tener que contratar espolique, sin que trisquen los pies por el pedregal”, así describía tan importante acontecimiento Fernando Castán en La Voz de Aragón. 

Los autos de motor, aunque por una carretera polvorienta y zigzagueante, habían “invadido” la pradera de San Indalecio. A partir de entonces coches y autobuses ayudaron a popularizar aquellos históricos recintos hasta ese momento desconocidos para la mayoría, al tiempo que  amigos del arte, excursionistas y naturalistas, en goteo fino, pero constante, se hacían visibles los fines de semana. 



 Foto Jesús Bretos. Mirador de san Voto, hacia 1930.  Al final del paseo del mismo nombre se encuentra el mirador. En la instantánea, cinco jaqueses en el balconcillo, que sobre la roca habían acondicionado los forestales, contemplan en lo profundo, el Monasterio Viejo encajado en las paredes rocosas del cortado y la hondonada del monte con su exuberante vegetación. 


Ahora bien, para adecuar las visitas a los turistas habría que esperar a la entrada de los años cincuenta. Fue entonces cuando, en el lado izquierdo, pegada a la entrada del Monasterio Alto, se construyó la tan esperada Hospedería que demandaba el progresivo aumento de visitantes. Un hecho decisivo, que hay que atribuir a la Caja de Ahorros, y, en especial, al que era su director en esos momentos José Sinués Urbiola.   



Foto de autor desconocido. Forestal junto al Monasterio Alto, hacia 1930. Instantánea de un Joven forestal con unas vacas ante un lienzo con tambor de la muralla de ladrillo que, por el ala sur del Monasterio Alto, todavía lo protegía. De encomiable podemos calificar la labor de los forestales que, además de su cometido profesional, ayudaban a mejorar y abrir nuevos caminos y paseos para favorecer la visita de los turistas. Fondo José M.ª Arenas Bara_00469. FDPH. 


Durante los años sesenta y setenta hubo un aumento continuado de visitantes que fue cambiando el perfil tradicional del visitante regional. El eco de los Festivales folklóricos celebrados en Jaca y el auge del turismo ligado a la nieve rompió con la estacionalidad, que limitaba la presencia del turista a la primavera y al verano, ampliándola al resto del año; de la misma manera comenzaron a llegar con más frecuencia turistas de todas las partes de España y del extranjero. Era por diciembre de 1968 cuando Urbano García, director del Gran Hotel de Jaca y de la Hospedería de San Juan de la Peña, se felicitaba por ello: “La Hospedería se queda pequeña y creo necesario la construcción de un Parador Turístico para acoger todas las peticiones de alojamiento”. Pero  añadía que “a pesar del reciente asfaltado de la carretera por Bernués aún cree mucha gente que ir a San Juan de la Peña es empresa casi de montañeros o por lo menos para vehículos todo terreno”. (“Entrevistas”, Jacetania, diciembre 1968, C. Cenjor).


Jaqueses en el claustro del Monasterio Viejo, hacia 1936. Un sacerdote parece explicar a unos turistas que se habían desplazado desde Jaca la iconografía de los capiteles del claustro de San Juan de la Peña. Claustro en el que se aprecia con nitidez la restauración que, dirigida por Francisco Íñiguez, había concluido el año anterior. Foto Jesús Bretos.


Es inevitable, además de justo, recordar lo frecuente que era en esos años encontrar por los parajes de San Juan de la Peña a todo un personaje, Mosén Benito Solana Hernández. Cura párroco de Bernués y de unos cuantos pueblos de los alrededores y también de San Juan de la Peña. Cordial y alegre, no era difícil verlo con la sotana remangada, con mortero y llana en mano, reconstruyendo alguna iglesia de la redolada.


1994. Primero por la derecha, Mosen Benito Solana. Acto de celebración de  la llegada por segunda vez, desde la catedral de Valencia  al monasterio viejo de San Juan de Lapeña,  del Santo Grial.



 Era tal su empuje y determinación que, si por él hubiera sido, él mismo hubiera sustituido el arco de ladrillo que coronaba la puerta de entrada al monasterio Viejo por otro más noble y de piedra. Eran tiempos en los que el turista, al entrar en el interior del Monasterio Viejo, se estremecía y guardaba silencio; cuando, con los ornamentos litúrgicos imprescindibles, sin bancos para sentarse, sin poder quitarse uno el abrigo en el mes de junio por falta de algún cristal en los vanos de la nave de la iglesia, pero con la dignidad y la fe que trasmitían los fríos y desnudos sillares de los ábsides, Mosén Benito celebraba puntualmente su “Misa de una” todos los domingos y días festivos de los meses de junio, julio, agosto y parte de septiembre. Además, como poseedor de la llave del Monasterio no dudaba en mostrarlo a “importantes” visitantes nacionales y extranjeros. Eso sí, lo hacía algo avergonzado cuando tenía que desplazarse en coche con ellos, por el trecho intransitable de dos kilómetros de carretera sin asfaltar que por aquel entonces unía el monasterio Alto con el Viejo. (“Entrevistas” Jacetania, diciembre 1968, C. Cenjor). 


 Grupo de visitantes en San Juan de la Peña, hacia 1940. La apertura en 1931 de la carretera que, por Bernués, llegaba al Monasterio Alto representó un punto de inflexión en las visitas a San Juan de la Peña. Los automóviles habían sustituido a las caballerías. Desde entonces, se aceleraron y popularizaron de forma exponencial las visitas de los turistas. Foto J. Escartín Barlés_03191. FDPH. 


Eran momentos (en los años setenta) en los que se hacía constante una reivindicación también histórica: acceder al monasterio Viejo por una carretera asfaltada por el norte, por Santa Cruz de la Serós. El tan esperado acceso, el que verdaderamente abrió las puertas de par en par a San Juan de la Peña y el más utilizado en la actualidad, llegaría en 1981, cuando se asfaltaron los 7 kilómetros de pista forestal. Tras la apertura de la nueva carretera se puede hablar de un antes y un después en cuanto al número de visitantes. Turistas que, llegados de todos los lugares de España y del extranjero, cada vez más numerosos y doctos, demandaban un conocimiento más profundo del arte y de la historia, sobre todo en lo que respecta al Monasterio Viejo.


Juan Sarasa Benedé, el bigotes", 1948 


Concienciada la Administración Autonómica de ello, y sin dejar de reconocer la gran labor que en la conservación de los Monasterios habían realizado los guardas anteriores: Modesto Vozmediano y su hijo Dámaso (hasta 1912, año en que presentó su renuncia), así como Juan Sarasa Benedé “el bigotes” y su hijo Juan Sarasa Sabater (hasta 1984), se iba a ver cumplida aquella petición que hiciera Ricardo del Arco ya en 1918: “Venga aquí un guarda conservador oficial para los monumentos” ( HA, 18 sep. de 1918). Y así fue, la  Administración Autonómica sacó a concurso en 1984 la plaza de “Guarda de Monumentos” que fue obtenida por José Luis Solano. Desde entonces, con solvencia y pasión, este nuevo “guarda-guía” ha mostrado no solo los rincones y detalles más desconocidos de la historia y el arte del Monasterio, del que prácticamente hizo su segunda casa, sino que además ha seguido todos los aconteceres referidos a San Juan de la Peña a lo largo de 34 años de servicio.



Cargando la caballería, hacia 1940. Foto Jalón Ángel. La vida de los guardas del Monasterio no resultaba nada fácil en las primeras décadas del siglo XX. El relativo aislamiento y el costoso desplazamiento en caballerías a Santa Cruz de la Serós, unido a los bajos salarios que percibían, los obligaban en parte a autoabastecerse con un pequeño huerto y la cría de animales en un corralico.


Pero la proyección definitiva hacia el futuro y al turismo de masas adquirió una nueva dimensión cuando el Gobierno Autonómico presidido por Marcelino Iglesias apostó de forma decidida por convertir en un emblema turístico de Aragón a los Monasterios de San Juan de la Peña. En efecto, el 24 de septiembre de 2007, tras 4 años de obras, se inauguraba la tan ansiada recuperación del Monasterio Alto. Se habían invertido 25,1 millones de euros para crear una Hospedería de 4 estrellas con 25 habitaciones, dos centros de interpretación: uno sobre San Juan de la Peña y la vida de ambos Monasterios, y otro en la iglesia barroca que acoge el Centro de Interpretación del Reino de Aragón. Tras este nuevo impulso la afluencia de visitantes aumentó considerablemente, estabilizándose en una cifra anual de unas 100 000 visitas.

 

 Visitantes junto a la balsa situada en la pradera de San Indalecio, hacia 1930. Foto Jesús Bretos. Junto al inicio del paseo que hacia el sur conduce hasta las ruinas y al mirador de la ermita de Santa Teresa, se encuentra esta balsa de agua construida por los monjes con la finalidad de regar las huertas del Monasterio. Una balsa que cambia de aspecto y profundidad en función de las estaciones de año, y de la que se dice que se hizo con la profundidad necesaria para que un caballo pudiera nadar en ella.





                                                       BIBLIOGRAFÍA 


ARCO GARAY, Ricardo del. El real Monasterio de San Juan de la Peña.  Edición F. de las Heras. Jaca, 1919.

ARCO GARAY, Ricardo. Fotografías de Historia y arte 1914-1924. Ed. Diputación de Huesca. Zargoza, 2009.

HUNTINGTON, Archer Milton. A Note-Book in Northern Spain. G. P. Putnam´Sons, New York and London,1898.

LACASA LACASA, Juan. Crónica de San Juan de la Peña 1835-1992. Ed. Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Zaragoza, Aragón y Rioja. Zaragoza, 1992.

LABAÑA, Juan Bautista. Itinerario del  Reino de Aragón. Obra impresa por la Diputación Provincial de Zaragoza, 1895.

QUADRADO, José María y PARCERISA, Francisco Javier. Recuerdos y bellezas de España. Vol. II: Aragón, 1844. 

CARO BAROJA, Julio. Sobre el mundo ibérico pirenaico. Estudios vascos XVIII. Ed. Txertoa. San Sebastián, 1988.

LAPEÑA PAÚL, Ana Isabel. San Juan de la Peña (coordinadora). Suma de estudios. Mira editores, S.A . Huesca, 2000.

VV. AA. De las Heras. Una mirada al Pirineo (1910-1945). Pirineum  Jaca. 2000.

VIÑUALES COBOS, Eduardo. Espacios Naturales Protegidos. Monumento Natural de San Juan de la Peña. Ed. Diputación General de Aragón. Zaragoza, 2003 



                              PERIÓDICOS

DH: Diario de Huesca

EN: El Noticiero (Zaragoza) 

EPA: El Pirineo Aragonés

HA: Heraldo de Aragón 

LU: La Unión

LVA: La Voz de Aragón 









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