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Dibujo del periódico jaqués "Ayer y Hoy", 1949. El morrión del conde es uno de los vestigios medievales conservados en el Ayuntamiento. |
Han pasado nada menos que 181 años desde que este viajero francés, que responde a las iniciales "D. G.", firmaba este artículo en el "JOURNAL POLITIQUE ET LITTÉRAIRE DE TOULOUSE ET DE LA HAUTE-GARONNE". Su viaje, a lomos de caballería, lo
adentra en España por el puerto del Somport para llegar a la ciudad de
Jaca. Tan solo habían pasado 24 años del último episodio de la Guerra de
la Independencia en Jaca. Aquel día, los soldados franceses habían rendido la
Ciudadela a las compañías de Cazadores aragoneses, de Granaderos
alaveses y Húsares de Navarra, pactando la retirada pacífica de los
soldados de Napoleón hacia la frontera francesa.
Los
tiempos tampoco eran los más seguros para desplazarse. En pleno
desarrollo de la Primera Guerra Carlista, y con las tropas partidarias
de D. Carlos acechando los alrededores, cualquier viajero sin una buena
justificación era sospechoso de ser "faccioso".
La impresión que nuestro romántico viajero tiene de España, a pesar de caer en alguno de los tópicos a los que solían recurrir sus colegas europeos, no excluye el valor documental que tiene la descripción que nos hace de su entrada a España por el Somport y, sobre todo, de la narración, en primera persona, de la conmemoración de aquel Primer Viernes de Mayo de 1838, en una ciudad de 3000 habitantes llamada Jaca. Celebración que, con la misma o mayor pasión con que la describe nuestro viajero, vamos a conmemorar el próximo viernes 3 de mayo de 2019.
La impresión que nuestro romántico viajero tiene de España, a pesar de caer en alguno de los tópicos a los que solían recurrir sus colegas europeos, no excluye el valor documental que tiene la descripción que nos hace de su entrada a España por el Somport y, sobre todo, de la narración, en primera persona, de la conmemoración de aquel Primer Viernes de Mayo de 1838, en una ciudad de 3000 habitantes llamada Jaca. Celebración que, con la misma o mayor pasión con que la describe nuestro viajero, vamos a conmemorar el próximo viernes 3 de mayo de 2019.
Había dejado atrás el risueño valle del Aspe, con sus reverdecidos bosques, sus praderas y sus numerosos pueblos; un lugar imponente se desplegaba ante mi vista a medida que avanzaba hacia Aragón.
Las
montañas se amontonaban, y la garganta estrecha donde muge "Le Gave"
exhibía sus enormes bloques de rocas de piedra, viejos escombros de
masas gigantescas que levantan todavía, con asombrosa altura, sus cimas
pendientes y agrietadas como torres en ruinas. A veces estos bloques de
la montaña se encuentran suspendidos a mil pies por encima del suelo. A
cualquier sitio
que se mire, en este desierto salvaje, se ve la naturaleza exuberante
buscando una nueva extensión. Por todos los lugares se quiere desplegar la vida. Desde el humilde musgo que sube por el tronco de los árboles hasta
la encina que se abre paso entre las rocas.
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Lescún, Valle del Aspe, Francia (Foto Sophie P.) |
Miles
de arbustos se amontonan al borde de los barrancos, e incluso nacen en
las grietas de granito. No podría explicar bien las sensaciones que
se sienten ante semejante espectáculo. La soledad de estos lugares,
solamente interrumpida por el vuelo de un milano o el grito de los
mirlos salvajes; el sordo murmullo de las fuentes; la sombra continua del fondo de los valle... el aspecto de esta vegetación transmite una profunda melancolía que nos oprime el corazón y sin embargo nos gusta.
Cuando
nos acercamos a la frontera de los dos Reinos, el telón cae, como
tocado por una barita mágica. Un inmenso horizonte se abre: a las sombrías montañas de la vertiente septentrional le suceden masas de una enorme blancura. ¡Oh! estamos en el País de los Paladines y de los Moros...
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Candanchú, España (Foto F. Isasi) |
Estas rocas, con cortes bruscos y regulares, fueron bien talladas por el
gran sable de algún valeroso caballero. Solo pudo ser un mago de Arabia
quien suspendiera en el aire la imagen de "esta ciudad oriental" con
sus gigantescas murallas y sus peñascos; con sus mezquitas de altas
cúpulas de mármol, con esbeltos minaretes que sobresalen como fantasmas;
y estas grandes siluetas
blancas, mudos habitantes de la ciudad encantada, que de vez encuando
se elevan inmóviles, como transformados en piedra por el hechizo de un
brujo...
La ilusión era completa y estuve mucho tiempo en un estado de
embriaguez imposible de describir ante esas masas extrañas, que
parecían formadas no por el efecto de la erosión sino por la mano de un
genio de Oriente.
Estaba ante lo más alto del paso pirenaico. A medida que descendía al valle español el lugar volvía a tomar su primera apariencia.
Llegué al
nacimiento del río Aragón que no es más que un pequeño arroyo, dejando a
mano derecha las ruinas de Santa Cristina, antiguo monasterio de
hospitalarios, y los restos de un fuerte romano (Castillo de Candanchú) de los que apenas quedan unos vestigios. Un arriero, único cicerone al que yo pude consultar, me mostró enseguida toda su erudición... más lejos había una Ciudadela (Batería de Cod de Latrós, "Ladrones", levantada a mediados del siglo XVIII), construida durante la Guerra de la Independencia cuyas almenas, medio demolidas, amenazan el valle solitario.
Todo
me hacía recordar que dos Pueblos se unían allí y que había habido más
de una rivalidad sangrienta entre la tierra que acababa de abandonar y
la que mis pies pisaban. El suelo perdía su aridez, pero la vegetación
era todavía salvaje. No había un solo palmo de terreno modelado por la
mano del hombre; ni ninguna granja como las que adornaban el sombrío
verdor de los montes del lado francés.
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Canfranc visto desde el sur, en 1920 (Foto Daniel Dufol Álvarez) |
Tras
salir de uno de los recodos del camino llegué al primer pueblo español.
Cannfranc es el primero desde hace muchos siglos; pues desde allí, en
los primeros años de la era cristiana, partieron los fundadores de
Olorón. A pesar de este respetable título, este pueblo, estrechamente
encerrado entre dos cimas de montañas, nunca ha sido más importante de
lo que es hoy.
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Vista de Cancranc desde el norte |
Pasé
allí la noche y confieso que si el mal estado del camino me había hecho
concebir una idea bastante triste de la civilización española, la
manera en que me trataron en el Mesón me hizo apreciar muy
favorablemente el el arte culinario de más allá de los montes. Pasando a Villanueva (Villanúa), pequeño pueblo rodeado de praderas y colinas fértiles, fui detenido por los carabineros (aduaneros españoles) de los que me libré pagando la "peceta" obligatoria.
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Vista de Villanúa |
Tras
tres horas de camino, a través de un país árido y montañoso fui
sorprendido por un valle inmenso cerrado (de 10 a 15 leguas de largo, y
al menos 2 de ancho)
por un lado por una cadena de ricas montañas cubiertas de bosques y
praderas; y por el otro, por los imponentes Pirineos, era la meseta de
Jaca.
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Vista de la ciudad de Jaca |
La villa está situada en una elevación desde la que se domina toda la planicie. Está bordeada por un lado por el valle del río Aragón, que cerca de sus muralla gira hacia Navarra; y por el otro, por el valle del río Gas que, a una legua, se junta con el río Aragón.
Jaca,
fortificada con buenas murallas, es una plaza Fuerte de Primer Orden.
Se asegura que su Ciudadela encierra actualmente suficientes municiones
como para soportar un año de asedio.Pero no es probable que las armas de
D. Carlos (alusión a las Guerras Carlisas del momento) suponiendo que llegen
allí osen jamás conquistarla. Punto clave en la comunicación entre
España y Francia necesitaría para su conquista la concentración de un
gran número de fuerzas cristinas. Se sabe que la villa no ha recibido alarma más que una sola vez.
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Entada de la Ciudadela de Jaca en 1920 (Foto D. Dufol Álvarez) |
Grande
fue mi aprieto cuando me vi obligado a franquear la puerta de la
Ciudadela en medio de un grupo de soldados que guardaban la entrada:
estaba sin pasaporte (en otra época me habría sentado en el hogar de alguno de estos milicianos para obtener ayuda y protección). Pero aquí... tuve una luminosa idea: corrí
a encender mi cigarro y el del oficial de guardia; y gracias a este
pacto mudo, convenido en el fuego sagrado, no tuve que responder a
ninguna interpelación.
Entré y fue para mí
una visión encantadora ver esa hilera de casas blancas y regulares,
todas bordeadas con balcones de hierro, donde mil alegres paños flotaban
al viento como en un día de fiesta.
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Interior de la Cidadela de Jaca. Construida por el rey Felipe II en1592 |
Me hacen saber que la villa de Jaca fue tomada por los moros en el año 716, pero
que pronto fue reconquistada por el valiente conde Aznar junto con los
habitantes de la ciudad y los montañeses de los alrededores, y
que los moros se presentaron ante las murallas de jaca con 90000
hombres. Un acontecimiento memorable en los anales de Jaca. El conde
Aznar, a la cabeza de los jaqueses y sus intrépidos vecinos de la
montaña, fue al encuentro del enemigo en la confluencia del río Gas con
el Aragón. Las mujeres, se quedaron
dentro de la ciudad esperando con ansiedad el desenlace del combate.
Pronto su impaciencia se hace insoportable, se organizan en orden de
batalla, prestas a vencer o morir con sus padres, sus hijos y sus esposos.
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Las Tiendas. Espacio donde confluyen el río Aragón (derecha) y el río Gas (izquierda). Aquí, según la tradición, tuvo lugar la batalla entra cristianos y musulmanes. |
Estas
fieras amazonas aparecen sobre la colina que dominaba el campo de
batalla, llenas de patriotismo, plenas de la energía pirenaica que les
hacía hervir la sangre tan solo con pensar que podían caer en la
esclavitud. Los cristianos ante esta visión, reaniman sus agotadas
fuerzas; mientras que los musulmanes, creyendo ver que se aproximaba un
inmenso cuerpo de reserva, se retiran en desbandada. El escuadrón
femenino desciende por la colina y se lanza impetuosamente sobre los
fugitivos, los rodea y hace con ellos una horrible carnicería. Pocos
musulmanes escaparán en esta terrible jornada. Los que no fueron
inmolados por por el hacha de los españoles, fueron engullidos por las
bravas aguas crecidas por la primavera. Se encuentran sobre el campo de
batalla las cabezas coronadas de cuatro reyes moros, que la ciudad
conserva en sus armarios.
"LA CIUDAD GUARDA UN RECUERDO FIEL DE ESTA MEMORABLE VICTORIA"
En
el campo de batalla que aún se conserva con el nombre de "Las Tiendas",
cada año, el primer viernes de mayo, día en el que tuvo lugar el gran
evento según la crónica, es para Jaca una fiesta solemne. Las autoridades eclesiásticas y seculares, seguidas de una multitud incontable del pueblo, van en procesión a la iglesia de la Victoria , construida en tiempos inmemoriales, en lo alto de la colina donde el escuadrón de las mujeres apareció por primera vez.
El
cortejo estaba precedido de un escuadrón de hombres armados, a los que
ese día les pagaban las arcas del tesoro público. Le siguen las cuatro
cabezas de los reyes moros, izadas en lo alto de largas picas. Al final,
uno de los miembros de la municipalidad, vestido con una larga capa de
seda carmesí, llevaba la bandera de armas de la ciudad, alrededor de la
cual se leen estas palabras " Christus vincit, Christus imperat, Christus regnat, Christus ab imni malo nos defendat".
A
veces, para ser lo más fiel posible a la tradición, los devotos se
dividen en dos grupos y pelean entre ellos, rudamente, con las manos, en el mismo escenario de la batalla; y de la villa llega una nueva tropa de hombres disfrazados de mujeres. Entonces los moros huyen en desbandada, pues
los cristianos los persiguen sin misericordia. Al final, después de una
gran exhibición de fuerza y acciones de choque, nadie tiene que
lamentar daños; los vencedores dejan algunos infieles tendidos sobre el suelo, llevando a otros prisioneros, y van a celebrar su triunfo "empinando el codo".
(Traducido del francés por V.M.)