MONEDA FALSA. LOS “TOCHÉS” O DUROS JAQUESES
A lo largo del siglo XIX la falsificación de moneda en España venía siendo un mal endémico para la economía española. No es exagerado afirmar que a principios del siglo XX la sociedad española entró en pánico cuando se conoció que, desde 1876, corrían nada más y nada menos que 19 emisiones (8 de Alfonso XII y 11 de Alfonso XIII) de duros falsificados que, dada su calidad en peso, ley y grabado, pasaban perfectamente por duros verdaderos. Entre ellos, por su valor real en plata y su perfección técnica, los afamados duros sevillanos. La desconfianza en estos duros ilegítimos, equivalentes a cinco pesetas, había llegado a tal punto que muchos trabajadores preferían cobrar en pesetas antes que adquirirlos. Se daba el caso de que en más de un comercio, ante la desconfianza de recibirlos, se negaban a admitirlos. Y no fueron pocos los que, para evitar ser timados, colocaban en su establecimiento un mostrador de mármol para lanzar sobre ellos los duros y asegurarse, bien por el sonido o por la altura del rebote, de la autenticidad de la moneda. Para zanjar esta sangría económica, en 1908 el gobierno de Antonio Maura, a través de su ministro Cayeteno Sánchez Bustillo, adoptó una medida radical: recoger la moneda ilegítima en un plazo de 15 días, entre el 10 y el 24 de agosto. Se trataba de compensar a los que la entregaran con un recibo por valor del precio de mercado de la plata o por otros duros de nuevo cuño. Ardua tarea si tenemos en cuenta que la moneda ilegítima circulante en esos momentos por Madrid rondaba la aterradora cifra del 40 % .
Canje de duros sevillanos en la Casa de la Moneda. Madrid, 1908. Archivo ABC |
En la ciudad de Jaca fue el alcalde Manuel Ripa el encargado de recoger los duros ilegales, incluidos los “sevillanos”. Así, a partir de las 11 de la mañana, en la secretaría del Ayuntamiento, se iban acumulando los duros para luego canjearlos en la sucursal del Banco de España de Huesca. Motivo este que, como veremos, fue clave para descubrir la trama de duros falsificados que operaba en Jaca. Una vez hecha la entrega en Huesca, la prensa ( La Unión de 27 de agosto) destacó el hecho de que entre los habitantes de la Montaña había salido el mayor número de duros canjeables. Siendo esto notorio, al alcalde le llamó la atención que entre los duros falsos entregados por los de Jaca se encontraran 21 aportados por la familia Otín-Ferrer, pero por tratarse de una familia acomodada lo pasó por alto. Sin embargo, le resultó altamente sospechoso el hecho de que un modesto funcionario del Ayuntamiento hubiera aportado nada menos que 160 duros falsos o “tochés” (en la actualidad unos 12.000 euros) como se llamaba a los duros ilegales que circulaban por Jaca. Este término era el utilizado en Jaca para referirse a los habitantes de los pueblos cercanos que habitualmente llegaban los viernes al mercado para vender los productos de sus humildes haciendas: “tochés”.
Con este secreto el señor alcalde subió a Jaca, y rápidamente lo puso en conocimiento del juez Luis Emperador y del comandante de la guardia civil Mariano Bescós, por si en la ciudad pudiera haber alguna ramificación de falsificaciones o acuñaciones clandestinas.
Manuel Ripa Romero, alcalde de Jaca |
Y, efectivamente, transcurrida una semana o poco más, el día 3 de septiembre en el periódico La Unión, y el día 5 en El Pirineo Aragonés, respectivamente, saltaba la noticia: "¿DUROS JAQUESES?" y "MONEDA FALSA EN JACA". Para entonces la rumorología había corrido como la pólvora. Hacía ocho días que en Jaca y alrededores no se hablaba de otra cosa. Cábalas, conjeturas sobre la cantidad de moneda requisada, sobre los autores, sobre el tiempo que llevaban circulando los duros falsos, sobre el lugar donde se fabricaban… Mientras tanto, la guardia civil ya había tomado cartas en el asunto, pues con esmerado celo y con sigilo venía vigilando a los sospechosos en turnos de 14 horas e investigando por la noche y a primeras horas de la madrugada para no levantar sospechas. Al tiempo, los falsificadores intentaban deshacerse de los utensilios y monedas que les pudieran inculpar. Para entonces, la casualidad hizo que unos muchachos encontraran en la badina de la “Fermina” (conocida en mi juventud como la “Bomba”, sobre el río Gas, situada a la altura de la Buena Maison, un saco sospechoso. Informada la guardia civil, uno de los guardias se desnudó y se lanzó al agua para salir con el saco de 2 arrobas de peso en el que se hallaron diversos fragmentos de una máquina para falsificar moneda y barras laminadoras y cortadoras con el troquel de discos de Alfonso XII de 1885. Y otra investigación dio como resultado el hallazgo de duros falsos ocultos en el tronco de un árbol junto a la fuente de San Juan (entrada a Prado Largo).
Badina de la Bomba en el río Gas |
Se había actuado rápido. Ya habían detenido el día 1 de septiembre a tres personas implicadas, todos ellos amigos de juergas y bromas frecuentes: José Aldave, individuo alto, con bigote lacio, funcionario y conserje del macelo, que fue el primer sospechoso, al habérsele rechazado en el canje de monedas en Huesca 160 duros, y del que se recordaba que en mayo ya le habían rechazado cerca de 1000 pesetas en un comercio; Pedro Mainer, alias el “Ratón”, zapatero de profesión, pesador del mercado público y dueño de una casa de huéspedes, al que parecían irle bien los negocios, pues recientemente en subasta de la comandancia carabineros había adquirido un caballo; y Enrique Bayona, alias el “Francés”, nacido en Francia, pero de ascendencia aragonesa, “persona de más posición que el resto”, portaba barba y bigote algo desarreglados, regordete, ancho de cara y con apariencia de buen hombre, regentaba un horno de pan sito en la plaza del Marqués de Lacadena. A ellos se unieron, detenidos al día siguiente, Juan Antonio Gastón Sarto, joven vecino de Ansó y Modesto Villoria, vigilante segundo de la cárcel de Partido de Jaca, por ser amigo de los demás y conocerle intención de facilitarles la fuga. Todos ellos fueron conducidos el día 5 de septiembre a la cárcel de Huesca. Faltaban dos cómplices, presumiblemente fugados a Francia, a los que no se les vio el pelo más: Marcos Braviz y Atanasio Echevarre.
Aparte de alguna que otra contradicción en los interrogatorios, había pruebas tangibles y sospechas fundadas para sus detenciones: recipientes, barras, 120 tochés... En la muralla de la ciudad, pegando al macelo municipal, junto a la calle Castellar, donde vivía Aldave, en un agujero recientemente lavado con yeso, se habían encontrado dos crisoles y una barra troquelada en uno de sus extremos con el busto de un toché o duro falso. Poco a poco se iban atando cabos. En la casa de huéspedes de Mainer, situada enfrente de las Benitas, ya saliendo hacia la carretera de Biescas, se venía hospedando un forastero al que nadie conocía, pero que a más de uno asombró por su virtuosismo grabando multitud de puños de bastón, sables y otros objetos. ¿Sería el grabador de los duros falsos? A Enrique Bayona, el más pudiente económicamente hablando, se le atribuía la aportación, en parte o en su totalidad, del capital necesario para comprar la máquina y para adquirir, junto con Mainer, plata en Barcelona. Y a J. Antonio Gastón, el ansotano, se le consideraba una pieza clave para dar salida a la moneda fabricada. Además, se habían abierto dos nuevas pistas que situaban a otros colaboradores en el puente de Fanlo y en Barcelona.
EN EL PUENTE DE FANLO
Efectivamente, en los interrogatorios había salido a la luz otro punto de acción de la trama en la pardina próxima al llamado puente de Fanlo, sobre el río Gállego, a un par de kilómetros del Hostal de Ipiés, con dos nuevos implicados: León Oliván y Manuel Blasco. En esa pardina, propiedad de los señores de Baranguá, la guardia civil encontró en un subterráneo cubierto por losas, un saco de troqueles, tornillos y herramientas, junto a una máquina de más de 300 kilos, de las llamadas “silenciosas”, de las que se anunciaban por Cataluña para hacer medallas, junto a cuños de acero para fabricar duros de Alfonso XII del año 1885. Al parecer la máquina se la había enviado un grabador de Barcelona a Juan Antonio Gastón de Ansó, este se la pasó a Mainer, para terminar en el matadero municipal de Jaca donde vivía Aldave. Luego, desarmada, la llevaron en la tartana de Marcos Braviz hasta el puente de Notefíes, y desde allí, a la casa de León Oliván, el pardinero del puente de Fanlo, a lomos de los mulos del guarda de monte Manuel Blasco Otín.
Y es que toda precaución era poca, de sobra conocían los falsificadores la regla de oro para evitar la cadena perpetua; pues además de no repetir hábitos y lugares, había que evitar tener en el mismo sitio máquina, prensa, troqueles, cuños y moneda terminada. De esta forma, en caso de ser imputados, la mayoría de las veces los falsificadores se libraban de la cárcel porque podían ser acusados solo de tentativa.
Puente de Fanlo. Publicado en la revista SERRABLO por Salvador López Arruebo,1982 |
Requisada la máquina y los utensilios por la guardia civil, fueron trasladados del puente de Fanlo a Jaca, donde se procedió a montar las cuatro partes que la componían: el cortadiscos de las planchas de plata, el rebordeador, la máquina de acuñar y la de desvirolar. Se encargaron de ello el perito de la Casa de la Moneda llegado a Jaca, el señor Monfort, con la inestimable ayuda de Juan Compairé, herrero que hacía seis años había forjado la cruz que luce en el monte Oroel. Verificado su perfecto funcionamiento fue expuesta en los juzgados de la calle Mayor de Jaca para espectáculo de curiosos.
Cuños grabados sobre acero encontrados en la fábrica de Jaca de Alfonso XIII de 1889. Fotos, Lardiés Laguna |
A pesar de que la primera remesa de duros clandestinos salieron algo borrosos, según afirmó el perito de la Casa de la Moneda, el señor Monfort, las siguientes acuñaciones fueron de excelente factura, y en especial la serie de Alfonso XII, de 1885, pues las consideró “indetectables para los comunes. Tan solo los ojos de un experto podían apreciar, en algunos, y no en todos, algo borroso el cuartel del escudo que lleva el castillo”.
La gente no salía de su asombro.Todo eran sorpresas. La falsificación de moneda, salir de la pobreza a base de ingenio no exento de riesgo, calaba en la población, y, por supuesto, era un motivo para estimular al lector de periódicos. Por si fuera poco, a la prensa local, algo parca en dar detalles, se habían añadido la provincial, la regional y la nacional. Ávidos de noticias, los corresponsales no cesaban de mandar telegramas y pagar conferencias telefónicas para informar a diario. Se estaba a la espera del resultado de las investigaciones hechas en Barcelona de los que se sospechaba fueran los facilitadores de la maquinaria y los “maestros” en el arte de la falsificación de moneda.
BARCELONA
Así, el día 12 de septiembre, en el tren correo, llegaban a Jaca desde Barcelona unas personas “bien portadas” relacionadas con el caso. Habían viajado incomunicadas y custodiadas por varias parejas de la guardia civil y un sargento. Una vez en Jaca desde la estación se les condujo en coche hasta la cárcel de Partido de Jaca, cuyas inmediaciones se encontraban repletas de gente ansiosa por contemplar de cerca a los detenidos. Se trataba del grabador Jaime GazulI, ya conocido en la ciudad por su misteriosa estancia durante el invierno pasado en la casa de huéspedes de Pedro Mainer, al que se consideraba propietario de la máquina y autor ideológico de la trama. Gazull era un verdadero artista que además debía estar al tanto de los “cebos” que iba incorporando la Casa de la Moneda para dificultar la tarea a los falsificadores. También llegaron Teresa y Rosa GazulI, hermanas del anterior. A Teresa, que llegó enlutada y con el rostro oculto por un velo, “mujer de posición, cosa poco común en el juzgado”, se le consideraba cómplice por cambiar en Barcelona al “Ratón” un troquel nuevo por el que se le había roto. Tras 5 días en prisión se le concedió la libertad provisional sin fianza. Rosa, su hermana, de “unos 33 años, sin implicación en el caso, algo aviejada y de mirar no natural”, había llegado tan solo para cuidar a sus hermanos y darles comida y ropa cuando estuvieran en la cárcel. Junto a ellos, Enrique Molina, platero de la Ciudad Condal que proporcionaba el argento a los jaqueses para la acuñación y Juan Axerías al que se acusaba de haber proporcionado las virolas y los biseles de la maquinaria. Completaba la comitiva barcelonesa el abogado del platero.
Máquinas y recortes de plata encontrados en la fábrica de duros ilegales descubierta en Jaca. Fotografía de Lardiés y Laguna, fotógrafo de Jaca, publicada en NUEVO MUNDO. |
Con la llegada de los catalanes a Jaca se ataban los pocos cabos que quedaban sueltos. Interrogatorios de cinco y seis horas, careos, contradicciones entre uno de los detenidos y su mujer, negando la esposa y afirmando el marido la posesión de una retorta de fundir; el celo del juez Luis Emperador “que desde el miércoles pasado, ni vive, ni sosiega, pasándose en la cárcel casi tantas horas como los detenidos”; las rápidas diligencias de los funcionarios del gobierno civil; y la labor investigadora “digna de todo elogio” que había hecho la guardia civil al mando de su comandante Mariano Bescós iban asentando las pruebas.
Para la investigación resultó de gran ayuda la astucia del inspector Manzanares quien se subió de incógnito en Tardienta en el mismo tren donde, incomunicados y en distintos vagones, venían los de Barcelona. Luego, tras ojear a pasajeros y vagones, el inspector Manzanares se sentó y entabló conversación con el abogado de Enrique Molina haciéndose pasar por un viajante que subía a Jaca por trabajo. De su conversación le interesaron dos datos. La fonda en la que se iba a hospedar y la cita que tenía con con Rosa Gazull, a la que no conocía. Una vez en Jaca, el policía hospedado en la misma fonda, haciéndose pasar por el abogado, recibió a Rosa Gazull que le informó de toda la trama. Manzanares dio cuenta inmediatamente de estas manifestaciones al juez de instrucción y este llamó á Rosa que, a pesar de que al principio negó rotundamente, al verse en presencia del inspector en su verdadero papel, se turbó y acabó por confesarlo todo, repitiendo una por una las declaraciones que ante el inspector había hecho.
EL JUICIO
Tras la voluminosa instrucción realizada en el juzgado de Jaca por el juez Emperador, el gobernador civil José Maria Solano, el abogado del estado señor Luna, el teniente fiscal de la Audiencia Provincial de Huesca, Santiago Martínez y el teniente coronel jefe del tercio de la guardia civil, se inició el juicio público en la Audiencia de Huesca el el 22 de junio de 1910, durante ocho sesiones. Para entonces, los implicados llevaban en la cárcel dos años y todavía tenían esperanza de salir absueltos como les había sucedido recientemente a los procesados de Tauste por el mismo motivo de falsificación. La expectación que había generado el juicio fue enorme. Los procesados llegaron en carruajes custodiados por dos parejas de la benemérita para pasar a sentarse en dos bancos; detrás, en sillas, los invitados. Y en la sala, donde no cabía un alfiler, se dictó la sentencia: “Se absuelve a Teresa Gazull, a Enrique Molina, a Juan Axerías y a Modesto Villoria. Y se condena a José Aldave, a Enrique Bayona, a Pedro Mainer, a Manuel Blasco, a Juan Antonio Gastón, a Jaime Gazull y a León Oliván a la pena de cinco años y cuatro meses de prisión correccional, 500 pesetas de multa y accesorías”.
Pocos aspectos quedaban por aclarar, pero durante el juicio se disiparon alguna dudas: que la máquina instalada en Jaca se llevó primero a la casa de Mainer y luego a la de Aldave donde se armó e hicieron tres acuñaciones de duros, que luego se repartieron entre ellos; que hubo otra cuarta acuñación hecha en el puente de Fanlo, pero al no haber salido buena, los duros se llevaron al platero de Barcelona quien los volvió a fundir para ser utilizados de nuevo en una quinta acuñación; que tras la detención de Aldave, alarmados, desarmaron la máquina y la enterraron en casa del pardinero del puente de Fanlo; que la máquina comprada por Gazull en Barcelona, por 1125 pesetas, se la vendió a los de Jaca por 2250 pesetas y que la mayor aportación de dinero para comprarla la hizo Mainer
EL INDULTO
A primeras horas de la mañana del 18 de septiembre de 1912, el alcalde Pérez Samitier recibía un telegrama: “Su majestad el rey Alfonso XIII pasará por Jaca camino a Canfranc en riguroso incógnito y con deseo de pasar inadvertido”. A pesar de ello, la noticia corrió como la pólvora y la gente se congregó esperando desde las 11 hasta las 2 del mediodía en le carretera de Francia , entre la puerta de San Francisco y la de Santa Orosia. La única autoridad que salió a recibirlo fue el gobernador militar de la plaza Victor Garrigó. Tras parar la comitiva frente al Hotel Mur, cuando el rey bajó de su auto para dirigirse hacia el camino cubierto de la Ciudadela, se le acercó Paulina Rabal, quien postrándose a sus pies y besando las manos de su Majestad, pidió el indulto para su marido Enrique Bayona, encarcelado en Tarragona. Tras escuchar el rey la petición y los muchos padecimientos que sufría Paulina por tener que mantener ella sola a sus siete hijos, dirigiéndose al general Víctor Garrigó le dijo: “Toma buen nota de los deseos de la petición de Paulina e interésate por ellos”. Y así fue, no habían pasado tres días cuando el general Garrigó haciéndose eco de los “antecedentes muy honrosos” de Enrique Bayona y de la angustia y pesar por la que estaba pasando su familia, remitió con urgencia la petición de indulto a Alfonso XIII. Tres meses después, en diciembre, fue concedido el indulto a los vecinos de la ciudad. Se habían evitado así 10 meses y medio de cárcel.