MIS COSAS DE JACA

Estas páginas van destinadas a todas aquellas personas que quieren a su ciudad, como me sucede a mí con la mía, Jaca. Hablaré, pues, de “mis cosas” esperando que alguna de ellas pueda ser también la tuya o, sencillamente, compartas mi afición por “colarme” entre el pequeño hueco que separa la memoria de la historia, lo general de lo particular o lo material de lo inmaterial. Estas “cosas de Jaca” están construidas a base de anécdotas , fotos de ayer y hoy, recuerdos y vivencias mías y de mis paisanos y de alguna que otra curiosidad, que me atrevo a reflexionar en voz alta. No es mi propósito, pues, ocuparme de los grandes temas de los que ya han tratado ilustres autores, es más bien lo contrario: quiero hacer referencia a rincones ocultos, héroes anónimos, huellas olvidadas, sendas por las que ya no se pasa, lugares que fueron un día centro de atención y hoy han sido relegados a la indiferencia, al olvido o al abandono; a unos escenarios donde se sigue representando la misma obra pero con otros actores.

martes, 23 de julio de 2024

“HOSPITAL SANCTI SPÍRITU Y SAN JUAN BAUTISTA”. LA INCÓGNITA DE SU TORRE



Cuando estamos a punto de asistir a la remodelación  del viejo Hospital de San Juan y del Santo Espíritu, para ver levantar  la futura Escuela Municipal de Música, parece oportuno reflexionar sobre este edificio que estuvo desde el año 1540 hasta abril de 1989 atendiendo a enfermos. Poco más tarde, en 1995 , fue acondicionado como Hostal para peregrinos del Camino de Santiago, continuando así con una tradición milenaria en la ciudad de Jaca. 

 Portaladas del hospital de estilo plateresco casi gemelas. La de la izquierda da acceso al hospital desde la plaza. La de la derecha, menos conocida y mejor conservada, daba entrada a la capilla. La inscripción del dintel resume fielmente la función de la capilla y del hospital: CARIDAD, DOMUS DEI, PIEDAD.

Sabido es que la ubicación de la Ciudad, como punto estratégico en el Camino Francés, propició la creación de hospederías para viajeros y peregrinos, de asilos temporales para pobres de solemnidad y para la atención a enfermos, en Casas Hospitalarias, en su mayoría de fundación religiosa. Este fue el caso de la Casa de enfermos y leprosos de San Andrés y de la de San Esteban, que desde el siglo XI dieron acogida a peregrinos y a sospechosos de enfermedades contagiosas. Estratégicamente situadas extramuros, en la glorieta próxima a la ermita de san Marcos, recibían a los viajeros que entraban a la ciudad por el Burnao. Otros, desde el siglo XII, eran acogidos por los Hospitalarios de San Juan de Jerusalén en su pequeña ermita y hospital ubicados, también extramuros, en la eras del noreste de la Ciudad. A estos se añadían hospitales situados intramuros como: el Hospital del Santo Espíritu (1064), la Enfermería de san Nicolás (1202) y el Hospital de la Limosna (1340). 

Llegado el siglo XVI, parte de esta tradición medieval hospitalaria de Jaca tuvo a bien mejorar la atención de sus enfermos, para lo cual aunarían esfuerzos los hospitales medievales más importantes que habían llegado prestando sus servicios hasta este siglo: el Hospital del Espíritu Santo, ubicado en la plaza de san Pedro y regido por los canónigos del cabildo de la Catedral, y el de San Juan Bautista que, regido por la Cofradía de San Juan, había sido trasladado al vecinal de la Puerta Nueva, en la antigua calle de Clavería, actual calle de Bellido.


 SÍMBOLOS DE LOS DOS HOSPITALES MEDIEVALES: A la izquierda,  tallado en madera policromad el Espíritu Santo en forma de paloma. Se encontraba en el retablo de la pequeña capilla. A la derecha, sobre la pared que da a la parte meridional del hospital se encuentra esta escultura exenta, esculpida en piedra. De factura rústica y aires de incipiente naturalismo en rostro y cabello, la figura evoca a San Juan Bautista con atributos en manera y forma propios del siglo XIII: manto de pelo de camello de grandes vuelos, cinturón de cuero y el Cordero de Dios sobre el brazo izquierdo. Probablemente su emplazamiento original estuvo en el Hospital medieval de San Juan Bautista de la antigua calle de Clavería.

La fusión de estos hospitales dio origen a otro nuevo y mayor, el Hospital del Santo Espíritu y de San Juan Bautista, en construcción en 1540. Ahora situado en el corazón y núcleo más antiguo de la ciudad, en el Barrio de san Ginés; en la llamada desde el siglo XVIII Plaza del Hospital, entre el callejón del Hospital y al callejón de la Salud. En él, además de atender con más y mejores medios a los enfermos de Jaca, se continuaba con la tradición de albergar a peregrinos y viajeros a los que se comprometían a dar cobijo por tres días. Y, como era normal en la Edad Moderna, junto al tradicional mantenimiento eclesiástico, también contó con las aportaciones civiles del vecinal de la Cofradía de San Juan, del Concejo de la Ciudad y de puntuales ayudas reales. 


       LA TORRE DE LA CAPILLA DEL “HOSPITAL SANCTI SPÍRITU Y SAN JUAN BAUTISTA” 


A la izquierda emerge la torre-campanario del Hospital, a la derecha la del convento de las monjas Benedictinas. Fotografía parcial de Jaca amurallada, 1907 (Juli Soler i Santaló).


Talla en madera policromada de la virgen
 de la Piedad del siglo XVI.
Formaba parte del retablo de la capilla.

Continuando con la tradición hospitalaria del medievo, en el nuevo hospital se construyó también una capilla hospitalaria. Complemento del todo imprescindible, pues tan importante era sanar el cuerpo como el cuidado y la salvación espiritual de los enfermos, a base de oraciones y atenciones en los últimos días de su vida. Fue una capilla con techumbre artesonada y con un retablo en honor a la Virgen de la Piedad, coronado por los símbolos de San Juan, la cruz y el cordero, y con el Espíritu Santo en forma de paloma. En ella se celebraba misa todos los domingos y era visitada por los jaqueses cuando las monjitas de Santa Ana adornaban la capilla el Jueves Santo para visitar el Monumento, pero fue desmantelada de sus enseres en la primera década del siglo XXI. 

Adosada a la capilla, por el lado oeste, se encuentra una torre-campanario cuya fecha de construcción resulta hasta hoy un auténtico enigma, pues ni en los documentos de la fundación del Hospital, ni en años posteriores se tiene noticia de ella. Y, sin embargo, durante mucho tiempo formó parte de la silueta de la ciudad, cuando esta se avistaba en lontananza, junto a otras de carácter religioso como las Torres campanario de San Ginés, la Purísima Concepción de los Escolapios, la Catedral, el Carmen y Santiago. O de carácter civil, como la Torre del Reloj, la Casa- torre gótica de los Abarca o condes de Larrosa, la Torre gótica que coronaba la Casa-Palacio de los Ximénez de Aragüés y las dos Torres bajas del palacio del conde de Bervedel del siglo XVI. 

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Estado actual de la torre-campanario, sin el campanil.

Sobre la que nos ocupa, la Torre-campanario del Hospital, podemos pensar que su construcción no fue coetánea a la capilla, sino probablemente anterior, y que se aprovechara para campanario. Contribuye a esta opinión tanto su altura (hubiera sido suficiente una pequeña espadaña como la de San Pedro de la Ciudadela de Jaca) como el hecho de que se encuentre adosada a la capilla solo por uno de sus lados, quedando el resto de la torre en un espacio a cielo abierto, y dando así muestra de que se trataría de una torre que tuvo autonomía propia. De cualquier manera, es una torre de planta cuadrada, con muro de sillarejo, de cinco plantas que, hasta donde sabemos, fueron utilizadas para los siguientes menesteres: la inferior como sacristía de la Capilla, la segunda como consulta, la tercera como almacén, la cuarta para albergar el depósito de agua, y la última para un campanil abierto con cuatro vanos de medio punto, rematado con tejado a cuatro aguas y pararrayos; una concepción, esta última, muy parecida a la que se puede ver en la actualidad en la iglesia de las monjas Benedictinas, antiguo San Ginés. 

A la izquierda la campana que estuvo en la torre. A la derecha, empotrada en el primer piso de la torre, en el espacio destinado para la sacristía de la capilla, se encuentrbaa esta bella pila lavamanos.


Por desgracia el campanil del hospital que daba cobijo a la campana, hoy ya no existe. Su demolición fue acordada por el Ayuntamiento de Jaca en sesión ordinaria celebrada el 11 de octubre de 1968: “… el apéndice superior ofrece evidente peligro de hundimiento de su techumbre... además de un deplorable aspecto… que paulatinamente será objeto de costosas reparaciones si se insiste en conservarlo. Agregan los Concejales delegados que estiman debe procederse a la urgente demolición de esa porción terminal; ya que el campanil es innecesario, por no estar abierta la Capilla al culto público”. 

La virgen Niña. Talla en madera
siglo XVIII. Lucía en el jardín
 Ciertamente la demolición del campanil de la Torre pasó totalmente desapercibida tanto para los ciudadanos como para la prensa. Ayudó a ello la escasa visibilidad de la misma, enmarañada entre callejuelas y casas.  Tanto que, para muchos jacetanos, era totalmente desconocida o pasaba desapercibida, y más desde que el campanil se supliera por una sencilla cubierta de pizarra.

                             PARA EL FUTURO 

Parece que ahora, ante la inminente remodelación  del hospital de tres plantas, para convertirlo en una moderna Escuela de música, para cuyo proyecto se cuenta con 1.217.857,65 euros de fondos europeos, la sensibilidad del actual gobierno municipal surgido de las elecciones de 2023 va a ser diferente, ya que pretende integrar en el nuevo edificio todo a aquello que guarda estrecha relación con la historia del Hospital, así como los bienes patrimoniales que todavía conserva: portaladas platerescas, marcos de vanos góticos y renacentistas; emblemas pontificios, símbolos aragoneses y jaqueses, la Torre, el lavamanos de la sacristía, la escultura de San Juan Bautista… 

Lejos, y en el triste recuerdo, quedará el campanil de la Torre, cuya campana se conserva en las naves cuarentenarias del Ayuntamiento (al lado de la Estación de Ferrocarril), junto a otros elementos de la capilla: el retablo plateresco despiezado; la Virgen de la Piedad del siglo XVI y la Virgen Niña, también del siglo XVI, que lucía en el jardín; varios Cristos en la cruz y crucifijos; algunos candelabros, la pila del agua bendita y objetos varios. 

Partes del retablo de la capilla del Hospital

Como sugerencia, todos estos bienes quedarían bastante mejor custodiados si, una vez restaurada la Torre, se habilitara alguna de sus dependencias para mostrarlos al público. Sería un bonito detalle que ayudaría a no olvidar parte de la historía de la Ciudad y de su antiguo Hospital.




lunes, 1 de julio de 2024

MONEDA FALSA. LOS “TOCHÉS” O DUROS JAQUESES




                      MONEDA FALSA. LOS “TOCHÉS” O DUROS JAQUESES 



 De estos duros (5 pesetas) de Alfonso XII, de la serie de 1885 se hicieron en Jaca falsificaciones.  Dada su excelente factura el señor Monfort,  perito de la Casa de la Moneda,  los consideró "indetectables para los comunes". 

A lo largo del siglo XIX la falsificación de moneda en España venía siendo un mal endémico para la economía española. No es exagerado afirmar que a principios del siglo XX la sociedad española entró en pánico cuando se conoció que, desde 1876, corrían nada más y nada menos que 19 emisiones (8 de Alfonso XII y 11 de Alfonso XIII) de duros falsificados que, dada su calidad en peso, ley y grabado, pasaban perfectamente por duros verdaderos. Entre ellos, por su valor real en plata y su perfección técnica, los afamados duros sevillanos. La desconfianza en estos duros ilegítimos, equivalentes a cinco pesetas, había llegado a tal punto que muchos trabajadores preferían cobrar en pesetas antes que adquirirlos. Se daba el caso de que en más de un comercio, ante la desconfianza de recibirlos, se negaban a admitirlos. Y no fueron pocos los que, para evitar ser timados, colocaban en su establecimiento un mostrador de mármol para lanzar sobre ellos los duros y asegurarse, bien por el sonido o por la altura del rebote, de la autenticidad de la moneda. Para zanjar esta sangría económica, en 1908 el gobierno de Antonio Maura, a través de su ministro Cayeteno Sánchez Bustillo, adoptó una medida radical: recoger la moneda ilegítima en un plazo de 15 días, entre el 10 y el 24 de agosto. Se trataba de compensar a los que la entregaran con un recibo por valor del precio de mercado de la plata o por otros duros de nuevo cuño. Ardua tarea si tenemos en cuenta que la moneda ilegítima circulante en esos momentos por Madrid rondaba la aterradora cifra del 40 % .




Canje de duros sevillanos en la Casa de la Moneda. Madrid, 1908. Archivo ABC

En la ciudad de Jaca fue el alcalde Manuel Ripa el encargado de recoger los duros ilegales, incluidos los “sevillanos”. Así, a partir de las 11 de la mañana, en la secretaría del Ayuntamiento, se iban acumulando los duros para luego canjearlos en la sucursal del Banco de España de Huesca. Motivo este que, como veremos, fue clave para descubrir la trama de duros falsificados que operaba en Jaca. Una vez hecha la entrega en Huesca, la prensa ( La Unión de 27 de agosto) destacó el hecho de que entre los habitantes de la Montaña había salido el mayor número de duros canjeables. Siendo esto notorio, al alcalde le llamó la atención que entre los duros falsos entregados por los de Jaca se encontraran 21 aportados por la familia Otín-Ferrer, pero por tratarse de una familia acomodada lo pasó por alto. Sin embargo, le resultó altamente sospechoso el hecho de que un modesto funcionario del Ayuntamiento hubiera aportado nada menos que 160 duros falsos o “tochés” (en la actualidad unos 12.000 euros) como se llamaba a los duros ilegales que circulaban por Jaca. Este término era el utilizado en Jaca para referirse a los habitantes de los pueblos cercanos que habitualmente llegaban los viernes al mercado para vender los productos de sus humildes haciendas: “tochés”. 

Con este secreto el señor alcalde subió a Jaca, y rápidamente lo puso en conocimiento del juez Luis Emperador y del comandante de la guardia civil Mariano Bescós, por si en la ciudad pudiera haber alguna ramificación de falsificaciones o acuñaciones clandestinas.

Manuel Ripa Romero, alcalde de Jaca

Y, efectivamente, transcurrida una semana o poco más, el día 3 de septiembre en el periódico La Unión, y el día 5 en El Pirineo Aragonés, respectivamente, saltaba la noticia: "¿DUROS JAQUESES?" y "MONEDA FALSA EN JACA". Para entonces la rumorología había corrido como la pólvora. Hacía ocho días que en Jaca y alrededores no se hablaba de otra cosa. Cábalas, conjeturas sobre la cantidad de moneda requisada, sobre los autores, sobre el tiempo que llevaban circulando los duros falsos, sobre el lugar donde se fabricaban… Mientras tanto, la guardia civil ya había tomado cartas en el asunto, pues con esmerado celo y con sigilo venía vigilando a los sospechosos en turnos de 14 horas e investigando por la noche y a primeras horas de la madrugada para no levantar sospechas. Al tiempo, los falsificadores intentaban deshacerse de los utensilios y monedas que les pudieran inculpar. Para entonces, la casualidad hizo que unos muchachos encontraran en la badina de la “Fermina” (conocida en mi juventud como la “Bomba”, sobre el río Gas, situada a la altura de la Buena Maison, un saco sospechoso. Informada la guardia civil, uno de los guardias se desnudó y se lanzó al agua para salir con el saco de 2 arrobas de peso en el que se hallaron diversos fragmentos de una máquina para falsificar moneda y barras laminadoras y cortadoras con el troquel de discos de Alfonso XII de 1885. Y otra investigación dio como resultado el hallazgo de duros falsos ocultos en el tronco de un árbol junto a la fuente de San Juan (entrada a Prado Largo). 


Badina de la Bomba en el río Gas 


Se había actuado rápido. Ya habían detenido el día 1 de septiembre a tres personas implicadas, todos ellos amigos de juergas y bromas frecuentes: José Aldave, individuo alto, con bigote lacio, funcionario y conserje del macelo, que fue el primer sospechoso, al habérsele rechazado en el canje de monedas en Huesca 160 duros, y del que se recordaba que en mayo ya le habían rechazado cerca de 1000 pesetas en un comercio; Pedro Mainer, alias el “Ratón”, zapatero de profesión, pesador del mercado público y dueño de una casa de huéspedes, al que parecían irle bien los negocios, pues recientemente en subasta de la comandancia carabineros había adquirido un caballo; y Enrique Bayona, alias el “Francés”, nacido en Francia, pero de ascendencia aragonesa, “persona de más posición que el resto”, portaba barba y bigote algo desarreglados, regordete, ancho de cara y con apariencia de buen hombre, regentaba un horno de pan sito en la plaza del Marqués de Lacadena. A ellos se unieron, detenidos al día siguiente, Juan Antonio Gastón Sarto, joven vecino de Ansó y Modesto Villoria, vigilante segundo de la cárcel de Partido de Jaca, por ser amigo de los demás y conocerle intención de facilitarles la fuga. Todos ellos fueron conducidos el día 5 de septiembre a la cárcel de Huesca. Faltaban dos cómplices, presumiblemente fugados a Francia, a los que no se les vio el pelo más: Marcos Braviz y Atanasio Echevarre.

Aparte de alguna que otra contradicción en los interrogatorios, había pruebas tangibles y sospechas fundadas para sus detenciones: recipientes, barras, 120 tochés... En la muralla de la ciudad, pegando al macelo municipal, junto a la calle Castellar, donde vivía Aldave, en un agujero recientemente lavado con yeso, se habían encontrado dos crisoles y una barra troquelada en uno de sus extremos con el busto de un toché o duro falso. Poco a poco se iban atando cabos. En la casa de huéspedes de Mainer, situada enfrente de las Benitas, ya saliendo hacia la carretera de Biescas, se venía hospedando un forastero al que nadie conocía, pero que a más de uno asombró por su virtuosismo grabando multitud de puños de bastón, sables y otros objetos. ¿Sería el grabador de los duros falsos? A Enrique Bayona, el más pudiente económicamente hablando, se le atribuía la aportación, en parte o en su totalidad, del capital necesario para comprar la máquina y para adquirir, junto con Mainer, plata en Barcelona. Y a J. Antonio Gastón, el ansotano,  se le consideraba una pieza clave para dar salida a la moneda fabricada. Además, se habían abierto dos nuevas pistas que situaban a otros colaboradores en el puente de Fanlo y en Barcelona. 

    EN EL PUENTE DE FANLO

Efectivamente, en los interrogatorios había salido a la luz otro punto de acción de la trama en la pardina próxima al llamado puente de Fanlo, sobre el río Gállego, a un par de kilómetros del Hostal de Ipiés, con dos nuevos implicados: León Oliván y Manuel Blasco. En esa pardina, propiedad de los señores de Baranguá, la guardia civil encontró en un subterráneo cubierto por losas, un saco de troqueles, tornillos y herramientas, junto a una máquina de más de 300 kilos, de las llamadas “silenciosas”, de las que se anunciaban por Cataluña para hacer medallas, junto a cuños de acero para fabricar duros de Alfonso XII del año 1885. Al parecer la máquina se la había enviado un grabador de Barcelona a Juan Antonio Gastón de Ansó, este se la pasó a Mainer, para terminar en el matadero municipal de Jaca donde vivía Aldave. Luego, desarmada, la llevaron en la tartana de Marcos Braviz hasta el puente de Notefíes, y desde allí, a la casa de León Oliván, el pardinero del puente de Fanlo, a lomos de los mulos del guarda de monte Manuel Blasco Otín.

Y es que toda precaución era poca, de sobra conocían los falsificadores la regla de oro para evitar la cadena perpetua; pues además de no repetir hábitos y lugares, había que evitar tener en el mismo sitio máquina, prensa, troqueles, cuños y moneda terminada. De esta forma, en caso de ser imputados, la mayoría de las veces los falsificadores se libraban de la cárcel porque podían ser acusados solo de tentativa.

Puente de Fanlo. Publicado en la revista SERRABLO por Salvador López Arruebo,1982

Requisada la máquina y los utensilios por la guardia civil, fueron trasladados del puente de Fanlo a Jaca, donde se procedió a montar las cuatro partes que la componían: el cortadiscos de las planchas de plata, el rebordeador, la máquina de acuñar y la de desvirolar. Se encargaron de ello el perito de la Casa de la Moneda llegado a Jaca, el señor Monfort, con la inestimable ayuda de Juan Compairé, herrero que hacía seis años había forjado la cruz que luce en el monte Oroel. Verificado su perfecto funcionamiento fue expuesta en los juzgados de la calle Mayor de Jaca para espectáculo de curiosos.

Cuños grabados sobre acero
encontrados en la fábrica de Jaca
de Alfonso XIII de 1889.
Fotos, Lardiés Laguna

A pesar de que la primera remesa de duros clandestinos salieron algo borrosos, según afirmó el perito de la Casa de la Moneda, el señor Monfort, las siguientes acuñaciones fueron de excelente factura, y en especial la serie de Alfonso XII, de 1885, pues las consideró “indetectables para los comunes. Tan solo los ojos de un experto podían apreciar, en algunos, y no en todos, algo borroso el cuartel del escudo que lleva el castillo”.

La gente no salía de su asombro.Todo eran sorpresas. La falsificación de moneda, salir de la pobreza a base de ingenio no exento de riesgo, calaba en la población, y, por supuesto, era un motivo para estimular al lector de periódicos. Por si fuera poco, a la prensa local, algo parca en dar detalles, se habían añadido la provincial, la regional y la nacional. Ávidos de noticias, los corresponsales no cesaban de mandar telegramas y pagar conferencias telefónicas para informar a diario. Se estaba a la espera del resultado de las investigaciones hechas en Barcelona de los que se sospechaba fueran los facilitadores de la maquinaria y los “maestros” en el arte de la falsificación de moneda. 


                                             BARCELONA


Así, el día 12 de septiembre, en el tren correo, llegaban a Jaca desde Barcelona unas personas “bien portadas” relacionadas con el caso. Habían viajado incomunicadas y custodiadas por varias parejas de la guardia civil y un sargento. Una vez en Jaca desde la estación se les condujo en coche hasta la cárcel de Partido de Jaca, cuyas inmediaciones se encontraban repletas de gente ansiosa por contemplar de cerca a los detenidos. Se trataba del grabador Jaime GazulI, ya conocido en la ciudad por su misteriosa estancia durante el invierno pasado en la casa de huéspedes de Pedro Mainer, al que se consideraba propietario de la máquina y autor ideológico de la trama. Gazull era un verdadero artista que además debía estar al tanto de los “cebos” que iba incorporando la Casa de la Moneda para dificultar la tarea a los falsificadores. También llegaron Teresa y Rosa GazulI, hermanas del anterior. A Teresa, que llegó enlutada y con el rostro oculto por un velo, “mujer de posición, cosa poco común en el juzgado”, se le consideraba cómplice por cambiar en Barcelona al “Ratón” un troquel nuevo por el que se le había roto. Tras 5 días en prisión se le concedió la libertad provisional sin fianza. Rosa, su hermana, de “unos 33 años, sin implicación en el caso, algo aviejada y de mirar no natural”, había llegado tan solo para cuidar a sus hermanos y darles comida y ropa cuando estuvieran en la cárcel. Junto a ellos, Enrique Molina, platero de la Ciudad Condal que proporcionaba el argento a los jaqueses para la acuñación y Juan Axerías al que se acusaba de haber proporcionado las virolas y los biseles de la maquinaria. Completaba la comitiva barcelonesa el abogado del platero.

 

 Máquinas y recortes de plata encontrados en la fábrica de duros ilegales descubierta en Jaca.
Fotografía de Lardiés y Laguna, fotógrafo de Jaca, publicada en NUEVO MUNDO.  
 

Con la llegada de los catalanes a Jaca se ataban los pocos cabos que quedaban sueltos. Interrogatorios de cinco y seis horas, careos, contradicciones entre uno de los detenidos y su mujer, negando la esposa y afirmando el marido la posesión de una retorta de fundir; el celo del juez Luis Emperador “que desde el miércoles pasado, ni vive, ni sosiega, pasándose en la cárcel casi tantas horas como los detenidos”; las rápidas diligencias de los funcionarios del gobierno civil; y la labor investigadora “digna de todo elogio” que había hecho la guardia civil al mando de su comandante Mariano Bescós iban asentando las pruebas.

Para la investigación resultó de gran ayuda la astucia del inspector Manzanares quien se subió de incógnito en Tardienta en el mismo tren donde, incomunicados y en distintos vagones, venían los de Barcelona. Luego, tras ojear a pasajeros y vagones, el inspector Manzanares se sentó y entabló conversación con el abogado de Enrique Molina haciéndose pasar por un viajante que subía a Jaca por trabajo. De su conversación le interesaron dos datos. La fonda en la que se iba a hospedar y la cita que tenía con con Rosa Gazull, a la que no conocía. Una vez en Jaca, el policía hospedado en la misma fonda, haciéndose pasar por el abogado, recibió a Rosa Gazull que le informó de toda la trama. Manzanares dio cuenta inmediatamente de estas manifestaciones al juez de instrucción y este llamó á Rosa que, a pesar de que al principio negó rotundamente, al verse en presencia del inspector en su verdadero papel, se turbó y acabó por confesarlo todo, repitiendo una por una las declaraciones que ante el inspector había hecho. 

                                                 EL JUICIO

Tras la voluminosa instrucción realizada en el juzgado de Jaca por el juez Emperador, el gobernador civil José Maria Solano, el abogado del estado señor Luna, el teniente fiscal de la Audiencia Provincial de Huesca, Santiago Martínez y el teniente coronel jefe del tercio de la guardia civil, se inició el juicio público en la Audiencia de Huesca el el 22 de junio de 1910, durante ocho sesiones. Para entonces, los implicados llevaban en la cárcel dos años y todavía tenían esperanza de salir absueltos como les había sucedido recientemente a los procesados de Tauste por el mismo motivo de falsificación. La expectación que había generado el juicio fue enorme. Los procesados llegaron en carruajes custodiados por dos parejas de la benemérita para pasar a sentarse en dos bancos; detrás, en sillas, los invitados. Y en la sala, donde no cabía un alfiler, se dictó la sentencia: “Se absuelve a Teresa Gazull, a Enrique Molina, a Juan Axerías y a Modesto Villoria. Y se condena a José Aldave, a Enrique Bayona, a Pedro Mainer, a Manuel Blasco, a Juan Antonio Gastón, a Jaime Gazull y a León Oliván a la pena de cinco años y cuatro meses de prisión correccional, 500 pesetas de multa y accesorías”.


Instructores del caso de moneda falsa del juzgado de Jaca. De izda. a dcha :
De pie: Victoriano Aventín Rived, secretario de actuaciones
 y Victoriano Aventín Vidal, abogado oficial auxiliar.
Sentados: Santiago Martínez, teniente fiscal; Luis Emperador, juez instructor y Benigno Luna, abogado del Estado. 
Fotografía del jaqués, Lardiés y Laguna

Pocos aspectos quedaban por aclarar, pero durante el juicio se disiparon alguna dudas: que la máquina instalada en Jaca se llevó primero a la casa de Mainer y luego a la de Aldave donde se armó e hicieron tres acuñaciones de duros, que luego se repartieron entre ellos; que hubo otra cuarta acuñación hecha en el puente de Fanlo, pero al no haber salido buena, los duros se llevaron al platero de Barcelona quien los volvió a fundir para ser utilizados de nuevo en una quinta acuñación; que tras la detención de Aldave, alarmados, desarmaron la máquina y la enterraron en casa del pardinero del puente de Fanlo; que la máquina comprada por Gazull en Barcelona, por 1125 pesetas, se la vendió a los de Jaca por 2250 pesetas y que la mayor aportación de dinero para comprarla la hizo Mainer

                                              EL INDULTO

A primeras horas de la mañana del 18 de septiembre de 1912, el alcalde Pérez Samitier recibía un telegrama: “Su majestad el rey Alfonso XIII pasará por Jaca camino a Canfranc en riguroso incógnito y con deseo de pasar inadvertido”. A pesar de ello, la noticia corrió como la pólvora y la gente se congregó esperando desde las 11 hasta las 2 del mediodía en le carretera de Francia , entre la puerta de San Francisco y la de Santa Orosia. La única autoridad que salió a recibirlo fue el gobernador militar de la plaza Victor Garrigó. Tras parar la comitiva frente al Hotel Mur, cuando el rey bajó de su auto para dirigirse hacia el camino cubierto de la Ciudadela, se le acercó Paulina Rabal, quien postrándose a sus pies y besando las manos de su Majestad, pidió el indulto para su marido Enrique Bayona, encarcelado en Tarragona. Tras escuchar el rey la petición y los muchos padecimientos que sufría Paulina por tener que mantener ella sola a sus siete hijos, dirigiéndose al general Víctor Garrigó le dijo: “Toma buen nota de los deseos de la petición de Paulina e interésate por ellos”. Y así fue, no habían pasado tres días cuando el general Garrigó haciéndose eco de los “antecedentes muy honrosos” de Enrique Bayona y de la angustia y pesar por la que estaba pasando su familia, remitió con urgencia la petición de indulto a Alfonso XIII. Tres meses después, en diciembre, fue concedido el indulto a los vecinos de la ciudad. Se habían evitado así 10 meses y medio de cárcel.